El ritmo de la vida desgasta y nos tiene constantemente en el dilema de resolver problemas y dificultades cotidianas para tratar de regresar a un estado de equilibrio donde uno pueda respirar hondo, sentarse con calma e idealmente disfrutar de la vida. Pero tenemos que entender un poco al estrés como una herramienta que tenemos de regalo por la evolución natural del animal prehistórico que es el ser humano.
El uso básico de la alerta del estrés es el de incomodarnos por algo que no está bien, que potencialmente nos puede poner en peligro, que tenemos que detectarlo y centrar nuestra atención en el problema, para utilizar nuestras mejores capacidades, mi experiencia y mis ayudas para poder encontrar la mejor solución, ver como la implemento, ejecutarlo y poder regresar a un “nirvana” de paz y relajación.
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Si este modelo de estresores agudos y de molestias sólo tuvieran que ver con alimentación, cuidado y necesidades básicas, donde las resoluciones fueran increíblemente efectivas y a corto plazo, funcionaríamos con las preocupaciones a un nivel excelso.
La dificultad viene cuando el mundo cambia. Nos enfrentamos a pagar hipotecas a veinte años, trabajos donde hay dinámicas y ambiente laboral carente de soluciones y con incertidumbre de cómo mejorarlos, relaciones de pareja con desacuerdos que no se solucionan con palabras mágicas o cambiando de compromiso sentimental cada semana, hijos con malas calificaciones y siempre con altibajos en el desarrollo, padres y familiares con enfermedades crónicas que requieren manejo y control frecuente para evitar complicaciones; y para acabarla de amolar, el calentamiento global, la guerra de Rusia con Ucrania, las pre pre campañas electorales y la inestabilidad financiera en el país.
En fin, miles de variables que no podemos controlar, que no se solucionan con un pase mágico, ni con buenas intenciones y que no tenemos de otra que implementar mecanismos para poder hacer lo que nos toca, sin perder de vista que en el aquí y en el ahora tenemos que atender otros detalles más próximos, tratar de ser felices y no amargarnos la existencia por lo que se puede ver negó en el horizonte de mi vida.
La vida sin estrés no existe
Nuestro aparato mental y nuestro organismo se han tenido que ir adaptando y acostumbrando a que no podemos tener taquicardia, presión alta, temblor y sudoración perennes; tampoco con pensamientos obsesivos y repetitivos sobre mis problemas y sin poder poner atención en el resto de las situaciones que estén pasando en mi vida, buenas, malas o regulares. Nuestros recursos se han tenido que ir administrando porque no necesitamos que funcionen al 1000%, sino más bien, ser prudentes e inteligentes repartiendo mis capacidades entre todo mi universo de pendientes, priorizando, delegando, agendando y organizando.
De todo esto, se desprende una conclusión dura y contundente: la vida sin estrés no existe. Existir pensando que me debo de esforzar como máquina para poder llegar a una meta fantasiosa donde se acabarán mis pendientes y podré vivir recostado en la hamaca, no sólo es imposible, sino erróneo. El paradigma, debe de ser diametralmente diferente. Los problemas no se van a acabar nunca y la felicidad no está en borrarlos, sino en administrarlos y poder centrarme en lo que tengo enfrente para atenderlo, resolverlo o disfrutarlo. La felicidad está en el proceso, no en la meta.