En este 2 de abril se conmemoró el Día Mundial de Concientización del Autismo, y justo quiero aprovechar este día para hablar de la infancia y de los diferentes retos que representa en la salud mental. Comencemos por lo que ya es evidente.
El autismo, pertenece ya a este grupo de fenómenos en la Psiquiatría que se han ido modificando, de tener criterios muy estrictos y que restringen a esquemas más fluidos donde permiten la expresión de una diversidad de manifestaciones sintomatológicas que permiten hacer diagnósticos más acertados y mejores aproximaciones terapéuticas.
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Detectamos niños y adultos que además de problemas en su empatía y en sus interacciones sociales, no leen bien las situaciones y los eventos, pierden información y presentan una inflexibilidad adaptativa que los hace pasar malos ratos a ellos y a los que les rodean.
Condiciones que si se detectan oportunamente, son perfectas oportunidades para buenos reentramientos sociales y cognitivos, a veces algunos esquemas fáciles y rápidos de psicoterapia y en algunos ocasiones el uso de psicofármacos para controlar la ansiedad, la incomodidad y eventuales cuadros de agitación psicomotriz.
Pero la salud mental infantil enfrenta muchos más retos que el autismo, el déficit de atención o los problemas del aprendizaje y del comportamiento. Me quiero referir especialmente a la posibilidad de que nuestros hijos pasen por cuadros de depresión o de ansiedad. Probablemente estemos más acostumbrados y sensibilizados a que estas son enfermedades que pueden padecer los adultos, pero para bien o para mal, la pandemia de COVID-19 nos enseñó que los más jóvenes también son susceptibles de padecerlo.
Ojo, no quiero decir que sólo por este fenómeno se hayan presentado estos cuadros depresivos o ansiosos, han pasado siempre, ser menor de edad para nada es un factor protector contra ellos, pero definitivamente la frecuencia y la visualización aumentaron en los últimos años.
¿Cómo se manifiestan la depresión y ansiedad en niños y adolescentes?
Los niños y adolescentes no presentan los síntomas clásicos o predominantes que tenemos los adultos en estas patologías. Es frecuente que los datos predominantes sean irritabilidad, cambios bruscos en el estado de ánimo, aislarse de los medios familiares y sociales, el retroceso en etapas del desarrollo que previamente ya habían superado, y francos problemas de funcionalidad en su actividad principal que es la escolar.
Tampoco podemos dejar de lado, el hecho de reportar más molestias médicas generales inespecíficas, como dolores de cabeza constantes, alteraciones del patrón alimentario, problemas gastrointestinales, dermatológicos o respiratorios, y mal funcionamiento del sueño y de la energía.
Nuestra labor como padres, no necesita ser diferente, probablemente sólo tener un poco más de mirada crítica y de observación. Estar atentos a cambios sutiles pero importantes como los que ya mencionamos, y ayudar a concientizar, graduar y mentalizar a nuestros hijos sobre su presencia y si esto los hace pasar malos ratos.
Hay que tomar en cuenta, que ellos son inexpertos en la sensación de estos síntomas, pueden estar confusos si son experiencias normales dentro de su desarrollo y no ser muy acertados en reconocerlos y comunicarlos a sus responsables que somos nosotros. Así mismo, dejemos de satanizar y venzamos el estigma, de que acudir a una valoración sobre su salud mental , no es dato de debilidad, sino de tino y fortaleza en tener la conciencia de que toda la familia quiere vivir más plena y mejor.