Recientemente se ha descrito el fenómeno como la “TikTokification of mental health diagnosis”: jóvenes —especialmente adolescentes— consumen reels, videos o publicaciones en plataformas como TikTok o Instagram, donde se exponen síntomas de ansiedad, depresión, trastornos de la atención, autismo, entre otros. Tras ver estas publicaciones, muchos “se reconocen” en esos síntomas y se autodiagnostican.
Los expertos en salud mental coinciden en que, aunque la visibilización de temas psicológicos ha ayudado a disminuir el estigma, hay un riesgo real: la línea entre una experiencia emocional normal —estrés, tristeza, cansancio, dudas propias de la adolescencia o juventud— y un trastorno clínico se difumina peligrosamente. Las consecuencias pueden ser más que simbólicas: según el artículo que recientemente apareció en los medios, en algunos lugares se ha observado un “aumento significativo” en diagnósticos de trastornos, prescripciones de antidepresivos y solicitudes de incapacidad, especialmente entre jóvenes de 16 a 34 años.
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Como profesional de la salud mental, me preocupa lo siguiente:
- Sobrediagnóstico y medicalización innecesaria: usar etiquetas clínicas sin una valoración formal puede llevar a buscar tratamientos inapropiados —o incluso fármacos— cuando la persona atraviesa por estrés, fatiga o transiciones vitales esperables. Esa “hiper-vigilancia” sobre las propias emociones puede generar ansiedad adicional, sensación de “estar enfermo” cuando no lo está. Esto coincide con lo que advierten diferentes instituciones médicas: el autodiagnóstico suele ser inexacto, sesgado y contrario a las buenas prácticas clínicas.
- Confusión entre malestar transitorio y trastorno real: las redes repiten síntomas comunes (tristeza, miedo, cansancio, dificultades de concentración) sin contexto clínico, sin evaluación del grado de padecimiento, duración, impacto funcional, comorbilidades… y eso —como advertimos en la práctica clínica— es fundamental para distinguir una reacción humana normal de una enfermedad mental.
- Retraso en la búsqueda de ayuda profesional real: muchas personas terminan pensando que ya “saben” lo que tienen; creen que basta con un video, un test en línea o un meme para definir su salud mental. Esto puede dilatar la atención adecuada o promover tratamientos sin supervisión.
No todo lo que viene de las redes es negativo. De hecho —bien orientado— esta ola de conversaciones sobre salud mental puede ser una oportunidad valiosa:
- Puede servir para visibilizar temas, romper tabúes, abrir espacios de diálogo donde muchas personas se sienten por primera vez “no solas”.
- Si usamos ese interés como puerta de entrada, podemos fomentar la psicoeducación: enseñar a distinguir emociones normales de trastornos, comprender qué evalúa un profesional, cuándo conviene buscar ayuda, qué tipos de tratamientos existen, cuál es el papel de la psicoterapia, la medicación, los hábitos saludables, etc.
- En este contexto, invito a jóvenes, familias y educadores a ver los contenidos en redes como un primer paso —no como un diagnóstico definitivo—. Si algo les resuena, motivarlos a acudir a un profesional: una evaluación clínica seria, con criterios establecidos, anamnesis, seguimiento y, si es necesario, intervención adecuada.
Las redes sociales han democratizado el acceso a la información en salud mental, lo que puede favorecer la visibilización y la concientización. Pero en este auge, hay un peligro real: convertir cada tristeza, inquietud o confusión existencial en un “diagnóstico” —y eso puede desdibujar la frontera entre salud y enfermedad. Por ello, como profesional de la salud mental, llamo a la prudencia, al pensamiento crítico, al escepticismo sensato.
Al mismo tiempo, creo firmemente en el valor de la psicoeducación. Convertir este fenómeno en una oportunidad para orientar, acompañar y profesionalizar el cuidado de la salud mental podría ayudar a evitar los errores del autodiagnóstico, reducir el sufrimiento innecesario y garantizar que quienes realmente necesitan ayuda la obtengan.
Este tema nos concierne a todos: jóvenes, padres, maestros, profesionales de la salud. Les invito a reflexionar —y, sobre todo, a dialogar con conciencia.
