En una época en la que el culto al cuerpo y la imagen física se han vuelto moneda corriente, no es raro escuchar frases como “soy muy perfeccionista con mi cuerpo” o “no me gusta cómo me veo en las fotos”. Sin embargo, hay una línea que separa el descontento estético común de un padecimiento psiquiátrico: el trastorno dismórfico corporal (TDC).
Esta condición no se trata de una simple preocupación por la apariencia, sino de un trastorno mental que genera un sufrimiento real y persistente.
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¿Cuáles son los criterios para hablar de un trastorno dismórfico corporal?
El TDC forma parte del espectro obsesivo-compulsivo. Según el DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), se diagnostica cuando la persona:
- Tiene una preocupación excesiva por uno o más defectos físicos percibidos, los cuales no son evidentes o son mínimos para los demás.
- Esta preocupación provoca pensamientos intrusivos y repetitivos que resultan difíciles de controlar.
- El paciente realiza conductas repetitivas (como mirarse constantemente al espejo, compararse con otros, camuflar o “corregir” el defecto) o actos mentales (como pensar compulsivamente en su imagen).
- Esta obsesión interfiere de forma significativa en su vida diaria, ya sea en el ámbito social, académico, laboral o afectivo.
¿Y entonces qué lo diferencia del perfeccionismo corporal?
Tener estándares altos sobre la imagen, cuidar el cuerpo o incluso sentir insatisfacción con algún rasgo físico no es, por sí solo, indicativo de TDC. La gran diferencia radica en la intensidad, la duración y la disfuncionalidad de las ideas relacionadas con el cuerpo.
En el trastorno dismórfico corporal, el pensamiento obsesivo está fuera de control, consume horas al día y genera malestar clínicamente significativo. No es una elección ni una exageración: es un sufrimiento persistente.
¿Cómo se vive este padecimiento?
Desde mi experiencia clínica, he visto pacientes que evitan salir de casa por “no soportar que los vean”, que gastan grandes cantidades de dinero en procedimientos estéticos sin quedar nunca satisfechos, o que caen en estados depresivos porque sienten que su cuerpo los traiciona.
Es importante entender que no se trata de un simple capricho estético. Es una rumiación que no cede, un diálogo interno que juzga y castiga, todos los días, a toda hora.
A veces, este trastorno se enfoca en zonas muy específicas: la nariz, la piel, el cabello, el abdomen. En otras ocasiones, cambia de objetivo conforme pasa el tiempo. Y aunque pueda parecer superficial desde fuera, el sufrimiento emocional es tan profundo como en cualquier otro trastorno obsesivo.
¿Qué tratamientos existen?
La buena noticia es que sí hay opciones efectivas. El tratamiento de primera línea combina:
- Terapia cognitivo-conductual (TCC): enfocada en modificar los pensamientos distorsionados sobre el cuerpo y reducir las conductas compulsivas. Es clave para romper el ciclo obsesión-conducta de verificación.
- Tratamiento farmacológico: principalmente con inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina (ISRS), que han demostrado ser eficaces para reducir la intensidad de las obsesiones y compulsiones.
- En casos más complejos o resistentes, pueden considerarse otras estrategias terapéuticas combinadas.
Reflexión final
Es importante dejar de trivializar este tipo de trastornos. Decirle a alguien con TDC que “exagera” o que “debería estar agradecido por su cuerpo” invalida su experiencia y aumenta su aislamiento. Reconocer que se trata de una condición médica con tratamiento específico permite que los pacientes encuentren el camino hacia una mejor calidad de vida.
No es una manía, no es vanidad, no es un problema de autoestima simple: el trastorno dismórfico corporal es un padecimiento mental serio que merece comprensión, diagnóstico y atención profesional.
Si tú o alguien que conoces vive con este sufrimiento silencioso, busca ayuda. La ciencia y la empatía caminan de la mano.