Justamente el tema de moda con nuestros hijos adolescentes, las parejas y en todas las pláticas de mamás es: “¿Todo el tiempo están pegados a su celular?, ¿Cómo se los quitamos?”, “¿Les hace daño?”, “¿Se lesiona el cerebro?”, “¿Se aíslan y pierden el sentido de convivir con los demás?”.
La respuesta fácil de la mayoría es que el celular se está convirtiendo en una adicción. Hay que recordar que los criterios para que algo sea adictivo, es que produzca tolerancia (cada vez quiero más para tener el mismo efecto), me da dependencia (no tolera estar sin su exposición), y ocasiona abstinencia (lo suspendo y siento malestar físico o mental).
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Por lo tanto, en consecuencia habría que darle un manejo en centros de rehabilitación o como algún artículo científico producido en China (sólo reportando la experiencia de un caso aislado), con terapia electroconvulsiva.
¿A qué se debe la adicción al celular?
Me gustaría soltar la hipótesis que este fenómeno podría deberse más bien a una actitud que ya se conocía desde la segunda mitad del siglo XX y que se le renombró y resignificó para el siglo XXI: el FOMO. Por sus siglas en inglés de “Fear of Missing Out” o en español el miedo a sentirse excluido.
Cuando no teníamos todo el acceso a la tecnología de internet y redes sociales, el término se usaba para nombrar a las acciones desesperadas que hacían los individuos para evitar que se les separara de los grupos a los que querían pertenecer.
Actualmente el contar con Facebook, Twitter, Snapchat, Instagram, Whatsapp, Tinder o Tik Tok hace prácticamente imposible que en una de las 214 veces promedio que vemos el celular (no es una cifra simbólica es producto de un estudio de investigación), no contemos con notificaciones pendientes de ver o de contestar. Es por esto que la forma moderna de vivir el FOMO es a través de la pantalla de mi teléfono inteligente, mismo que puedo traer todo el tiempo conmigo.
Es por esto que estar lejos de mi dispositivo electrónico me pone en mayor riesgo de perderme de algo importante en la vida, como puede ser una fiesta, una reunión de amigos, una foto increíble, stalkear a un prospecto de pareja, el anuncio de un compromiso matrimonial, un “gender reveal” o incluso una propuesta de trabajo que debí de haber visto y que era perfecta para mí.
La solución para el FOMO es ponernos reglas nosotros mismos para el uso del dispositivo electrónico, como, por ejemplo, nunca durante las comidas, dejarlo en silencio sólo acallando notificaciones, o colocarlo a un lado cuando tengo una conversación cara a cara con alguien.
De igual forma, apartarlo cuando estoy viendo una película o una serie interesante, y aprovechar la barra de “estado” de cada una de estas aplicaciones, como poner que estoy ocupado, en una reunión o que por el momento no puedo contestar mensajes. Sé que suena muy fácil la solución, pero debemos de tomarlo como la formación de un hábito que se logra a través de un proceso de repeticiones, y que si algunas no son exitosas no debemos de frustrarnos, sino seguirlo intentado hasta que lo logremos.
Lo tranquilizante de consolidar un hábito, es que aunque parezca imposible en un inicio, si nos comprometemos de forma real se consigue y se solidifica.