La psiquiatría y la salud mental no son ciencias estáticas que permanezcan con el bagaje de conocimientos de las décadas anteriores. Las patologías de la mente, su aprendizaje, detección y manejo son cuerpos dinámicos que son susceptibles de errores, pero igualmente conscientes en el aprendizaje y el perfeccionamiento para poder ser más eficaces en su solución.
En este sentido, en el campo de la depresión, los cambios han sido sustanciales en los últimos años. Hay que decir que la mayoría utilizamos los criterios del manual de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) en su quinta versión (DSM-5) de 2013 para hacer el diagnóstico clínico de depresión.
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Estos incluyen 9 síntomas que deben de estar cuando menos cinco presentes por los últimos meses, afectando mi calidad de vida y funcionalidad para poder pensar en ser portador de un episodio de depresión. Se trata de:
- Tristeza persistente
- Incapacidad para sentir placer en las cosas que antes me lo producían
- Cambios en mi apetito y peso
- Alteraciones en mis patrones de sueño y de energía
- Irritabilidad
- Inquietud
- Ansiedad
- Incapacidad para la toma de decisiones
- Pensamientos fatalistas, de muerte o suicidas
La forma correcta de referirnos a la enfermedad serían las depresiones
Si hiciéramos una matriz matemática con estos nueve síntomas resulta que tendríamos cerca de 1030 formas diferentes de tener una depresión, por lo que la forma correcta de referirnos a la enfermedad serían las depresiones y no la depresión, por la gran diversidad de expresiones de la misma. A esto lo conocemos como endofenotipos de la depresión.
A este respecto, hemos descubierto que una gran cantidad de fallas en el manejo de la depresión se deben a que no mapeamos de forma adecuada el subtipo de depresión, con la falla bioquímica subyacente en el cerebro, con la correcta opción de tratamiento disponible ya que contamos con múltiples familias de antidepresivos, de combinaciones, de mecanismos de acción y de efectividad.
Reportes del 2008, con grandes estudios robustos de investigación demostraban que llegábamos a fallar en curar a un paciente con depresión hasta en un 50% con la elección de la primera terapia antidepresiva que elegíamos.
Por varias razones, la primera podría ser no seleccionar el fármaco correcto, o la segunda en importancia, que la elección inicial resultó buena para corregir algunos síntomas, pero no así, para las molestias residuales, que igualmente son relevantes y que impiden que el paciente llegue a curarse. A esto lo conocemos ahora como depresión con respuesta inadecuada.
El tiempo actual de opciones terapéuticas es prodigioso. La multiplicidad de posibilidades para ofrecerles a los pacientes y resolver esos residuales son maravillosas. Contamos con mecanismos en nuevas dianas químicas como la vía del glutamato y el GABA que sumados a la terapia antidepresiva habitual hacen una potenciación muy exitosa.
Existen dispositivos magnéticos y eléctricos (absolutamente diferentes a la muy conocida y estigmatizada terapia electroconvulsiva) que son increíblemente efectivos y rápidos en su eficacia. Así mismo, hay esquemas muy modernos de psicoterapia que aceleran la aceptación y compromiso del paciente en su bienestar y hacen cambios dramáticos en su vivencia.
Ya no hay razones válidas para vivir con depresión, hay que acercarse a los expertos si me siento estancado que opciones hay muchas.