Hace algunos años que me vengo preguntando si la medicalización llegó también a la medicina veterinaria. Vivo en una colonia donde ver pasear a las personas con sus perros se ha convertido en parte del paisaje urbano y cotidiano. Sin lugar a dudas, estos y otros animales de compañía, como los gatos, saben ser mejores amigos. Su lealtad está a prueba de todo; su compañía es garantía y sus muestras de cariño aligeran cualquier tristeza o apuro. Sin embargo, veo con enorme preocupación la forma en que están creciendo, en número y complejidad, las intervenciones médicas que se utilizan para prolongarles la vida.
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Sin duda, la medicina veterinaria se ha ido especializando cada vez más y como resultado vemos animales de compañía sometidos a ultrasonidos, resonancias magnéticas, tomografías, reemplazos de cadera, diálisis, quimioterapia, radiación, inmunoterapia, nutrición enteral, entre otros muchos procedimientos, que hasta hace poco eran impensables para esta área de la medicina. La gran pregunta es si es ético someter a nuestros animales a estos procedimientos y cuáles son las consecuencias indeseables que estos tratamientos provocan tanto en ellos, como en sus dueños.
Estas intervenciones médicas suelen disminuir la calidad de vida de estos animalitos, quienes no tienen además la capacidad de comprender, a diferencia de los humanos, por qué les hacen lo que les hacen, por qué están rodeados de extraños o porque se les aleja de su entorno familiar. Todo esto les genera altos niveles de ansiedad y depresión. Los dueños de estas mascotas, por su parte, también sufren estrés al verlos sufrir, no saber si las nuevas intervenciones médicas realmente les ayudan o les infringen mayor sufrimiento. Además, no podemos minimizar la carga económica que representa y que puede resultar en angustia, cuando no se cuenta con los recursos suficientes y sobreviene la sensación de culpa por no poder brindarle todo lo que se supone necesario para mejorar su calidad de vida.
Quienes tenemos un animal de compañía tendríamos que estar preguntándonos qué tipo de cuidado deseamos ofrecerles cuando se enfermen o muestren los signos de deterioro y fragilidad que suelen acompañar a la vejez. Es fácil caer en la tentación de prolongarles la vida, pensando que les estamos haciendo un bien. Pero, ¿no será que hemos ido introyectando la idea de que prolongar la vida es siempre un valor en sí mismo? Tal vez nos hemos dejado influenciar por lo que vemos qué sucede en la medicina en general y nos preguntamos si aquello que prolonga la vida en el ser humano es capaz también de prolongarla en nuestros amigos de cuatro patas. En la medida en que la medicina veterinaria siga especializándose entraremos en una espiral de la que será difícil abstraernos.
Es oportuno hablar de estos temas con el médico veterinario que cuida de nuestras mascotas. Saber cómo piensan sobre los cuidados a ofrecer en caso de que desarrollen alguna enfermedad progresiva e incurable, ¿qué opinan sobre los procedimientos señalados anteriormente?, ¿cómo abordan el alivio del dolor? Y, ¿cómo y cuándo se les debe ayudar a morir para evitarles un sufrimiento mayor? No olvidemos que seremos nosotros quienes tomaremos las decisiones sobre el cuidado que reciban eventualmente. Si lo que deseamos es preservar su calidad de vida por encima de la cantidad, es fundamental informarnos bien sobre las opciones disponibles en cada caso y estar en capacidad de tomar las mejores decisiones.
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