Hay muchas causas de pérdida auditiva (técnicamente llamada hipoacusia), y diferentes formas de clasificarlas para su diagnóstico preciso.
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Una clasificación importante es la que se refiere a las “adquiridas” y “congénitas”. Las adquiridas son las que aparecen después del nacimiento y pueden ser a causa de infecciones, accidentes, medicamentos, tumores, etc. Las congénitas son las que son causadas por circunstancias durante el embarazo y éstas pueden ser no hereditarias cuando son debidas a algún incidente en el embarazo que no afecte los genes, como una infección o exposición a drogas. Por último, existen aquellas pérdidas de audición que son debidas a alguna alteración en los genes que se transmiten de padres a hijos y, por lo tanto, son hereditarias. Éstas ocupan aproximadamente el 80% de las pérdidas congénitas.
Asimismo, existen muchos tipos de transmisión de estas pérdidas auditivas hereditarias; las hay sindrómicas, que es cuando además de la pérdida auditiva hay alteraciones en otros órganos, como ojos, corazón y riñones. Hay alrededor de 400 síndromes así pero solo conforman alrededor del 30% de las hipoacusias congénitas. Son más frecuentes las no sindrómicas, cuando la única alteración que presenta el bebé es la falta de audición, ligada a más de 300 genes causantes.
Existen estudios de laboratorio que podemos utilizar para saber si una hipoacusia es de origen genético, pero su costo y la falta de utilidad práctica al tener poco impacto en el tratamiento han hecho que se utilicen poco. No obstante, esto está cambiando, primero porque los costos se han reducido mucho, y segundo porque ya están comenzando a dar resultados tratamientos que prometen curar hipoacusias causadas por algunos genes.
En ausencia de pruebas genéticas, nos guiamos por el patrón de herencia para sospechar causas genéticas, pero eso puede ser engañoso; la mayoría de los casos son recesivos, lo que quiere decir que la afección solo se manifiesta cuando se hereda por ambas ramas (materna y paterna). Eso hace que tengamos parejas que no saben de ningún antecesor que haya padecido hipoacusia, pero resultan tener varios hijos con pérdida auditiva. A diferencia de los recesivos, cuando un gen se transmite en forma dominante solo un padre necesita portarlo para que se manifieste en su descendencia, pero estos no son la mayoría de los casos.
En tanto que los tratamientos génicos no se encuentren disponibles, no hace gran diferencia en el tratamiento el saber si la pérdida es de origen genético o no; lo que es crítico es realizar un buen diagnóstico, para actuar a tiempo. Por ello es imprescindible el tamiz auditivo neonatal, que todos los padres deben pedir que se les realice a sus hijos recién nacidos. Cuando podemos comenzar el tratamiento de la pérdida congénita de la audición antes de que el niño cumpla 6 meses de edad tenemos el máximo de expectativas de que el desarrollo de su lenguaje hablado y escrito sea como el de los niños que nacen normoyentes. Los niños que empiezan su tratamiento entre los 2 y 4 años tienen solo 50% de probabilidades de desarrollar un lenguaje que se escuche natural y los niños de más de 8 años que no desarrollaron lenguaje hablado nunca podrán hacerlo.
Para el diagnóstico y tratamiento correctos de una pérdida auditiva congénita, ya sea hereditaria o no, se debe de acudir a centros especializados como el nuestro en donde trabajan grupos multidisciplinarios que incluyen cirujanos especialistas en oído, audiólogos especialistas en niños y terapeutas de lenguaje especialistas en el método auditivo verbal. Es importante buscar estos centros en donde todos estos especialistas trabajan en contacto estrecho porque los casos nunca son rutinarios y requieren retroalimentación y colaboración constante en conjunto con los padres de familia y familiares cercanos.
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