Los tatuajes se han convertido en una expresión personal. Sin embargo, detrás del arte corporal se esconde un proceso biológico complejo y, según una nueva investigación, potencialmente preocupante. Más allá de un cambio cosmético, tatuarse implica inyectar partículas extrañas en el cuerpo que el organismo debe gestionar durante décadas. La pregunta que la ciencia comienza a responder con mayor claridad es: ¿a qué costo para nuestra salud a largo plazo?
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Un estudio realizado por el Instituto de Investigación Biomédica de la Universidad de la Suiza Italiana, liderado por el inmunólogo español Santiago Fernández González y publicado en la prestigiosa Proceedings of the National Academy of Sciences, ha encendido una alerta.
La investigación demuestra que la tinta no se aloja únicamente en la dermis. Sus nanopartículas viajan a través del sistema linfático hasta los ganglios, donde permanecen de por vida, generando una respuesta inmunológica persistente que podría estar vinculada a un mayor riesgo de infecciones y otros problemas de salud.
La ruta oculta de la tinta: de la piel a los ganglios linfáticos
Cuando la aguja perfora la piel, deposita pigmentos en la capa dérmica. Lo que ocurre después es un viaje sigiloso. Las células del sistema inmunitario, principalmente macrófagos, reconocen la tinta como un cuerpo extraño y tratan de "comérsela" (fagocitarla) para eliminarla. El hallazgo crítico de este estudio es que estas células fracasan en digerir las partículas. En lugar de desaparecer, los macrófagos cargados de tinta migran a los ganglios linfáticos —centinelas clave del sistema inmune— y allí se acumulan, saturándose y muriendo con el tiempo.
Este proceso no es silencioso. Desencadena una reacción inflamatoria en dos fases: una aguda (los primeros días) y otra crónica, que puede extenderse por años. "La inflamación crónica se asocia con el agotamiento de las defensas del cuerpo", explica Fernández González a este portal. Esta sobrecarga continua podría, en teoría, mermar la capacidad del sistema inmunológico para responder eficazmente a patógenos reales, como virus o bacterias, o para realizar adecuadamente su labor de vigilancia contra células tumorales.
¿Qué colores de tintas son los más preocupantes?
No todos los tintes son iguales. La investigación se centró en los tres colores más comunes —negro, rojo y verde— y encontró diferencias significativas en su toxicidad. Las tintas negra y roja indujeron una muerte celular más pronunciada en los macrófagos, sugiriendo que podrían ser más problemáticas. La composición química de estos pigmentos, que a menudo incluye metales pesados, óxidos y conservantes industriales no regulados específicamente para uso subdérmico, parece ser el detonante.
"La magnitud de la respuesta inflamatoria puede ser especialmente problemática en personas sensibles, como quienes padecen una enfermedad autoinmune o alergias", advierte el investigador principal. Este hallazgo pone el foco en la urgente necesidad de una regulación más estricta sobre la composición de las tintas, un mercado donde aún falta transparencia y estandarización a nivel internacional.
¿Importa el tamaño y la ubicación del tatuaje?
La lógica científica indica que, a mayor superficie tatuada, mayor es la carga de tinta inyectada y, por tanto, mayor el impacto potencial sobre el sistema linfático. "Cuanto mayor sea la superficie tatuada, peores podrían ser las consecuencias", afirma el científico gallego. Además, la localización del tatuaje adquiere una relevancia inesperada.
El cuerpo humano tiene cerca de 600 ganglios linfáticos distribuidos en regiones estratégicas (axilas, ingle, cuello). Cada grupo drena linfa y vigila la aparición de infecciones o células anómalas en un área concreta del cuerpo. Un tatuaje extenso en el brazo podría saturar los ganglios de la axila, mientras que uno en el muslo afectaría a los de la ingle. "Es posible que tener determinados ganglios afectados pueda aumentar el riesgo de alguna patología específica en la zona que drenen", sugiere Fernández González, aunque subraya que esto requiere más investigación.
Frente a estos hallazgos, la comunidad científica pide prudencia, no alarma. Óscar de la Calle, inmunólogo y secretario de la Sociedad Española de Inmunología (SEI), aclara: "La gente tatuada debería tener una tranquilidad absoluta. Hay mucha gente tatuada y no se han descrito efectos adversos masivos". Sin embargo, matiza que la tendencia a tatuajes extensos y muy densos es relativamente nueva, y sus efectos a 30 o 40 años vista aún se desconocen.
El principal vacío, señalan los expertos, es la falta de grandes estudios epidemiológicos que correlacionen de manera sólida los tatuajes con la incidencia de enfermedades a lo largo de la vida. Algunas investigaciones recientes, como cita Fernández González, apuntan a un aumento significativo en el riesgo de linfoma y melanoma en personas tatuadas, pero estos datos son preliminares y necesitan confirmación.
Tinta y verificación: lo que debes saber antes de tatuarte
Ante la evidencia creciente, la decisión de tatuarse debe ser más informada. Los expertos consultados recomiendan:
- Elegir estudios profesionales que sigan estrictos protocolos de higiene y utilicen tintas de calidad, exigiendo información sobre sus componentes.
- Considerar la propia salud inmunológica. Personas con enfermedades autoinmunes, alergias cutáneas severas o inmunodepresión deberían evaluar los riesgos potenciales con su médico.
- Pensar a largo plazo. Un tatuaje no es solo un dibujo para hoy; es una carga química que tu cuerpo gestionará durante décadas.
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