MÉDICOS

¿Quién protege a los médicos?

¿Quién cuida a los médicos que ponen por delante su vocación y hacen cuanto les es posible para aliviar el sufrimiento de sus pacientes?

Desestigmatizar el uso de opiáceos y otros medicamentos analgésicos entre la población en general no ha sido fácil.
Desestigmatizar el uso de opiáceos y otros medicamentos analgésicos entre la población en general no ha sido fácil. Créditos: Canva
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A los 20 años de edad me sometí a una cirugía a consecuencia de la rotura de un tendón; el cirujano advirtió que la rehabilitación sería larga y dolorosa. En las horas postoperatorias el dolor fue controlado, hasta donde fue posible, con los medicamentos disponibles en aquella época en México.

Sin embargo, al día siguiente presenté también fuertes dolores abdominales, acompañados de mareo, náusea y vómito. Tres días después me dieron de alta esperando que terminara la recuperación en casa, pero ese mismo día el dolor comenzó a aumentar con el paso de las horas. Por la tarde, mi papá llamó a nuestro médico de cabecera, al que siempre recurríamos en primera instancia.

Le explicó la situación y preguntó si era posible que me visitara en casa; él respondió que lo haría por la noche, al terminar su consulta. Al llegar, me auscultó y diagnosticó una severa gastroenterocolitis. Enseguida sacó una ampolleta de su maletín, preparó la jeringa y me aplicó el medicamento por vía intravenosa; el alivio llegó de inmediato.

Si esto me ocurriera hoy mismo, la escena sería muy distinta porque, de acuerdo con COFEPRIS, ningún médico puede transportar ni una sola dosis de medicamento controlado para aplicarlo a una tercera persona, según consta en el comunicado emitido por dicha comisión, del 5 de diciembre del 2022. Sin importar que el médico cuente con permisos y licencias en completo orden, no le está permitido proporcionar directamente a un paciente medicamentos estupefacientes o psicotrópicos, clasificados en las fracciones I, II y III, del artículo 226 de la Ley General de Salud.

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Así que esta vez, el médico llegaría, me encontraría en un grito de dolor y abriría su maletín, el cual contendría, quizás, algunos suministros para la auscultación y algunos otros para brindar primeros auxilios, pero ningún medicamento para aliviar el dolor y otros síntomas, de cierta intensidad.

El médico extendería una receta para que alguien más emprenda el peregrinaje para surtirla porque, no vaya usted a pensar que estos medicamentos se encuentran en todas las farmacias o que las farmacias que antes solían contar con ellos, hoy los tengan. No debemos olvidar el desabasto de medicamentos que se ha generalizado a lo largo del país.

Los médicos geriatras y paliativistas, entre otros, suelen visitar a sus pacientes en domicilio porque la mayoría de ellos se encuentran frágiles o imposibilitados para acudir al consultorio médico lo cual, por cierto, tampoco resolvería el problema, a menos que el médico se encuentre dentro de un complejo hospitalario.

A quienes hemos dedicado años de estudio para entender el dolor en todas sus dimensiones y a educar en su abordaje y alivio sabemos lo difícil que ha sido desestigmatizar el uso de opiáceos y otros medicamentos analgésicos entre la población en general e incluso entre los profesionales de la salud. En 2015, la misma COFEPRIS introdujo el recetario electrónico para los medicamentos de la fracción I y así simplificar los trámites, garantizar la trazabilidad de esos medicamentos, desde la expedición de la receta y hasta su dispensación en las farmacias autorizadas y brindar protección tanto a médicos como pacientes.

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Hoy, tendríamos que preguntarnos ¿quién cuida a los médicos que ponen por delante su vocación y hacen cuanto les es posible para aliviar el sufrimiento de sus pacientes? y ¿Hasta cuándo los pacientes padecerán de dolores prevenibles o controlables por apatía, burocracia o ignorancia de quienes de lejos miran el sufrimiento, sin intentar comprenderlo y, mucho menos, actuar para encontrar soluciones viables?