ACADEMIA NACIONAL DE MEDICINA

Sobremedicación: cuando los pacientes reciben medicamentos excesivos

El mejor médico es el que conoce la inutilidad de la mayor parte de las medicinas: Benjamín Franklin

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Es una costumbre que todo encuentro entre médico y paciente culmine con una prescripción medicamentosa. Ambos participantes suelen tener esa expectativa. Algunos pacientes se disgustan si no les prescriben fármacos, puesto que se consideran con derecho a recibirlos pues, por ejemplo, pagan puntualmente sus cuotas, o están convencidos de que los necesitan y consideran que es la receta la materialización de su atención.

Los médicos, por su parte, también se sienten obligados a prescribir, no siempre solo por resolver el problema de salud del paciente sino también por complacerlo, por autojustificarse en su trabajo (como parte de una práctica defensiva), por intentar hacer algo (“fobia de no hacer nada”), para evitar que el paciente caiga en los remedios “milagrosos” o los tratamientos alternativos, para eludir que el paciente lo considere un ignorante, o tan solo por documentar su quehacer.

En muchos casos, todo el tratamiento es efectivamente solo una prescripción farmacéutica y con ella concluye la consulta, pero esas tensiones también pueden conducir a que se prescriba lo intrascendente, lo que permite salir del paso, lo inocuo para deshacerse temporalmente del paciente o darse tiempo para meditar otras decisiones. A esto habría que añadir la inducción para ciertas prescripciones por medio de estrategias publicitarias, con lo que resulta que muchos pacientes reciben más medicamentos de los que necesitan.

A esto se pueden añadir medicamentos autoprescritos o automedicados, o recomendados por legos todo lo cual contribuye a la sobremedicación (también lo es el uso de dosis superiores a las recomendadas). Conviene precisar que no es lo mismo sobremedicación que lo que suele llamarse “polifarmacia”, situación común y muchas veces justificada sobre todo en personas de edad avanzada con enfermedades crónicas, que tienen que recibir varios medicamentos necesarios para atender su salud, siempre y cuando todo esté bien indicado y se eviten las interacciones.

Aquí llamamos sobremedicación el uso de medicamentos superfluos, innecesarios, o de dosis excesivas de medicamentos bien indicados. No necesariamente se refiere al abuso de medicamentos controlados o adictivos, o solo a la cantidad de medicamentos que a veces supera la polifarmacia.

            Hay muchos indicios de que la sobremedicación (como se definió líneas arriba) es bastante común; entre 35 y 63% de los pacientes reciben medicamentos excesivos. Las razones para que esto ocurra con tanta frecuencia pueden ser las siguientes:

  1. Defectos de prescripción por falta de información o por  información sesgada o tendenciosa.
  2. Inducción mercadotécnica. Aunque los reglamentos de publicidad para medicamentos tienden a impedir la promoción más allá de las evidencias científicas, los publicistas a veces se les ingenian para resaltar características marginales que propicien las ventas.
  3. Presión del paciente o de la familia. La expectativa del paciente es salir de la consulta con una prescripción medicamentosa y a veces los médicos se sienten presionados para complacerlos. Además, la publicidad de medicamentos ha cambiado y ya no es solo accesible a profesionales de la salud, sino que está al alcance del público, y una de las estrategias de venta es la de promover los productos entre los pacientes para que presionen a sus médicos y lograr que les prescriban.
  4. Medicalización de la sociedad. Ésta se ha definido como “el proceso de convertir situaciones que han sido siempre ‘normales’ en cuadros patológicos y pretender resolver, mediante la medicina, situaciones que no son médicas sino sociales, profesionales o de las relaciones interpersonales”. En efecto, se busca resolver, mediante medicamentos, ciertos estados de ánimo, condiciones cosméticas, falta de rendimiento escolar o laboral y otros.
  5. Recomendaciones no profesionales. Además de las de familiares, amigos o vecinos, las de instructores deportivos, asesores dietológicos y las redes sociales.
  6. Automedicación y autoprescripción

Entre los medicamentos innecesarios más utilizados están las vitaminas. Sin negar que tienen indicaciones precisas en algunos casos, también se ha promovido la idea de que mejoran la sensación de bienestar, de fortaleza, que previenen un sinnúmero de enfermedades y que, en última instancia, si no te hacen bien no te hacen mal. En la misma categoría de innecesarios (y hasta peligrosos) están los antibióticos para infecciones virales banales, los anabólicos para crear figuras atléticas y una serie de medicamentos supuestamente flebotónicos, para “mejorar la circulación”, para resistir los excesos, etcétera.

El problema está suficientemente extendido como para que represente un desafío en varios ámbitos. Desde luego para la salud de quienes los consumen pues no siempre son inocuos y pueden tener interacciones con la medicación bien prescrita que reciben; efectos económicos pues significan gasto innecesario; efectos ecológicos considerando la resistencia microbiana; psicológicos pues contribuyen a depender de fármacos (aunque no sean adictivos) para resolver problemas personales, y seguramente varios más.

Habría que aceptar que los médicos han sido cómplices. A ellos se les recomienda:

  1. Meditar muy bien cada prescripción. Se ha dicho que tal vez la mejor receta es la que no se da.
  2. Fortalecer la relación médico-paciente para poder argumentar con autoridad la inconveniencia o no de ciertas prescripciones
  3. Considerar si efectivamente cada encuentro con el paciente debe culminar con una prescripción, o por el contrario, con una interrupción de todos los medicamentos superfluos. Más que salir de la consulta con más medicamentos, salir con menos. Evitar agregar más medicamentos innecesarios a su larga lista.
  4. Fortalecer la adopción de medidas higiénicas y dietéticas, asignando suficiente tiempo y énfasis para ello.
  5. Adoptar criterios académicos o científicos para seleccionar la medicación que se emplea.
  6. Eludir en lo posible las razones ajenas a la terapéutica para recomendar medicamentos, tales como dar tiempo para meditar las decisiones, prepararse para eventuales demandas o reclamaciones, complacer deseos de los pacientes o la familia, aprovechar el efecto placebo (éste tiene sus propias reglas), lograr deshacerse del enfermo, cumplir compromisos con el fabricante o distribuidor, etc.
  7. Aplicar estrictamente los lineamientos de una buena prescripción.

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