Cada año, miles de familias en México y en todo el mundo enfrentan el dolor de perder a un ser querido por esta causa. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, más de 700 mil personas mueren por suicidio anualmente, lo que significa que cada 40 segundos alguien decide terminar con su vida. Estas cifras manifiestan que no se trata de un problema individual, sino de salud pública.
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Suicidios: una problemática que cobra una vida cada 43 segundos
Sin embargo, persisten muchos mitos y estigmas. Actualmente uno de los más dañinos es creer que hablar de suicidio “puede provocarlo”. Nada más lejano de la realidad, desde las ciencias de la conducta, la evidencia indica que: preguntar, escuchar y acompañar puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Callar solo profundiza el sufrimiento y aleja a las personas de recibir ayuda.
Por tanto, existen señales que no debemos ignorar, el suicidio rara vez ocurre de manera repentina. Generalmente, hay señales de alerta que familiares, amigos o colegas podrían identificar:
- Expresiones de desesperanza o frases como “ya no vale la pena seguir”.
- Cambios bruscos en el comportamiento o en el ánimo.
- Aislamiento social, pérdida de interés en actividades cotidianas.
- Conductas de riesgo, abuso de alcohol o sustancias.
- Despedidas inusuales o entrega de objetos personales valiosos.
Detectarlas no significa tener que dar soluciones inmediatas, pero sí representa una oportunidad invaluable para acercarse, escuchar y acompañar.
Por eso, es relevante reconocer la importancia de hablar, ya que el suicidio no es un acto de valentía ni de cobardía. Es en la mayoría de los casos, el resultado de un dolor emocional intenso y sostenido, donde la persona siente que no tiene salida. Hablar abiertamente sobre ello permite derribar tabúes y, sobre todo, crear redes de apoyo.
A veces pensamos que no tenemos las palabras correctas o que “no somos expertos”. Pero acompañar empieza con algo tan sencillo como preguntar: “¿cómo estás realmente?” o “he notado que no te sientes bien, ¿quieres hablar?”. La validación, la escucha activa y la empatía son recursos poderosos que cualquiera puede ofrecer.
La pieza clave es la prevención desde la familia, la escuela y el trabajo. Y es que la prevención del suicidio no se limita al consultorio psicológico o psiquiátrico; debe construirse en todos los entornos sociales. En la familia, hablar de emociones y enseñar a los niños a reconocerlas y expresarlas de manera sana es un factor protector. En la escuela, promover programas de educación socioemocional ayuda a que los jóvenes desarrollen habilidades como la resiliencia y herramientas de afrontamiento.
En los centros de trabajo, resulta indispensable atender el estrés laboral, el burnout y los riesgos psicosociales. Una organización que cuida la salud mental de sus colaboradores no solo previene crisis, sino que fomenta productividad y bienestar.
¿Qué podemos hacer como sociedad?
- Romper el silencio: Hablar abiertamente sobre el suicidio sin juicios ni estigmas.
- Educar: Informarnos sobre las señales de riesgo y los factores protectores.
- Ofrecer apoyo: Mostrar disponibilidad para escuchar y acompañar.
- Promover la atención profesional: Hay que recordar que pedir ayuda psicológica o psiquiátrica es un acto de valentía.
El suicidio se puede prevenir
Detrás de cada estadística hay historias de dolor, pero también de superación cuando alguien encontró la mano extendida de otro. Si estás atravesando un momento difícil, quiero recordarte que no estás solo ni sola: pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de fortaleza.
Y para quienes rodeamos a alguien en riesgo, la clave está en escuchar, acompañar y canalizar hacia apoyo profesional. Hablar puede salvar vidas. El silencio, en cambio, puede convertirse en un peso demasiado grande de cargar.