Hoy en día, elegir una carrera universitaria parece más un salto de fe que una decisión clara y fundamentada. No es casualidad que las estadísticas reflejen este desconcierto: en países como México, entre el 30% y el 50% de los estudiantes universitarios cambian de carrera durante los primeros dos años. A nivel mundial, se reporta que más del 40% de los jóvenes no ejercen profesionalmente en el área que estudiaron.
Esta cifra nos habla de algo mucho más profundo que un simple cambio de intereses: refleja una crisis de autoconocimiento y de decisiones vocacionales que no siempre parten de bases sólidas.
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¿Por qué ocurre esto? Desde el punto de vista neuropsiquiátrico, la adolescencia tardía y la juventud temprana (entre los 16 y 24 años) son etapas marcadas por cambios cerebrales importantes.
Cambios cerebrales ¿Cómo influyen en la elección de carrera?
El lóbulo prefrontal, área encargada de la planificación, el juicio y la toma de decisiones, aún está en desarrollo en estas edades, lo que significa que las decisiones vocacionales se toman con una arquitectura mental todavía en construcción. A esto se suman presiones sociales, familiares, económicas y hasta culturales que empujan al joven a elegir una carrera por “lo que deja dinero”, “lo que estudió papá” o “lo que todos mis amigos van a estudiar”.
Además, en la consulta neuropsiquiátrica observamos que los síntomas de ansiedad, indecisión crónica, falta de motivación e incluso trastornos como el TDAH pueden influir en este tipo de elecciones impulsivas o poco reflexionadas. La pandemia de covid-19 también vino a desdibujar las nociones tradicionales del futuro profesional, haciendo que muchos jóvenes reconsideraren su propósito de vida, sus valores y su vocación real.
En este contexto, la orientación vocacional deja de ser un trámite escolar para convertirse en una herramienta clínica de autoconocimiento. No se trata solo de aplicar un test de intereses, sino de realizar una evaluación integral que considere aspectos de la personalidad, las habilidades cognitivas, los estilos de aprendizaje y, muy importante, el estado emocional y mental del joven.
Es fundamental que padres, docentes y profesionales de la salud mental tomemos en serio el proceso de elección de carrera. Un buen diagnóstico vocacional puede prevenir años de frustración, deserción universitaria o reprobación, y por el contrario, facilitar que los jóvenes conecten con su talento y propósito desde el inicio. No se trata de saber qué carrera elegir, sino de entender quién soy y qué me mueve.
Porque elegir una carrera no es solo decidir a qué te vas a dedicar, sino descubrir desde el cerebro y las emociones qué vida quieres construir.
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