El nombre seguro capta tu atención, suena muy muy atractivo y comienza a generar hipótesis sobre a lo que se refiere un título tan pegajoso. Mi motivación principal para escribir esta semana acerca del síndrome del impostor es la constante prevalencia que he ido observando en una gran cantidad de pacientes en el trabajo diario.
Este obstáculo del pensamiento se caracteriza por dos fenómenos principales:
- El pensamiento y sensación persistentes de que mis logros no son producto proporcionado y equivalente a mi preparación, trabajo arduo y tenacidad.
- La justificación recurrente de que, estos mismos logros, sólo son producto de la suerte, de haber estado ahí en el momento adecuado, o de las circunstancias que rodearon a su obtención.
El sufrimiento con este desorden proviene del sentimiento constante de ser un fraude, de no merecer lo que obtengo, así mismo, me siento culpable de disfrutarlo, me limito en las posibilidades que me da la vida; pero, sobre todo, afecto mi calidad de vida y la de los que me rodean.
Incluso, es muy revelador, el hecho de que mis amigos, mi familia y mis compañeros de trabajo, pueden llenarme de elogios y de razonamientos lógicos tratando de demostrarme como ha sido el proceso para llegar a mis metas, situaciones que tienen una resonancia vacía en mi emocionalidad.
¿Cómo saber que tengo síndrome del impostor?
Usualmente se asocia a ciertos rasgos preponderantes de la personalidad de los que sufren del síndrome del impostor. Los más frecuentes son los de tipo obsesivo, con una tendencia marcada y firme hacia el perfeccionismo, donde nunca el trabajo realizado es suficientemente bueno.
En grados importantes, esto los convierte en fuertemente inoperantes, ya que no cumplen con los plazos de entrega, con frases como: “la tarea no está adecuadamente resuelta”; además de que es extraordinariamente difícil trabajar codo a codo con ellos en un equipo porque sus demandas sobre la dedicación no se ajustan a la del resto de los involucrados.
Son múltiples los ejemplos de estos individuos, cuando llegan a puestos directivos, sus unidades no funcionan de la forma necesaria, no gestionan los esfuerzos de sus subordinados y sus capacidades gerenciales dejan mucho que desear.
El lugar que tiene que ocupar esta descripción en nuestras cabezas es el de un signo de problemas, no el de una enfermedad definida, como la depresión o el trastorno bipolar. Ya comentamos que lo característico es que venga dentro del carácter obsesivo de la personalidad, con lo que, si nos fijamos un poco más, encontraremos otros síntomas de ideas persistentes y de creencias sobrevaloradas, con las alteraciones en la conducta que estas generan.
Siendo así, es que, una vez detectado y conformado al sufridor del síndrome del impostor, hay que apoyarlo, explicarle y conminarlo a que la mejor línea de manejo de estas situaciones es el uso de varias modalidades de psicoterapia, con resultados muy promisorios a corto y mediano plazo.
En algunas situaciones, si el sufrimiento derivado de estos pensamientos es muy severo, se llegan a utilizar medicamentos que cooperan con una modulación de neurotransmisores para estar más tranquilo y poder enfrentar los cambios de comportamiento que requiero para salir adelante.
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