DÍA DE MUERTOS

México y su relación con la muerte

La muerte nunca será nuestra amiga, aunque juguemos con ella de vez en vez, pero podemos hablar con nuestros seres queridos sobre lo que nos gustaría y no para el final

Hablar de muerte todavía se considera de mala fortuna o, al menos, de muy mal gusto.
Hablar de muerte todavía se considera de mala fortuna o, al menos, de muy mal gusto. Créditos: Canva
Escrito en OPINIÓN el

Se suele decir que los mexicanos nos reímos de la muerte, que la vemos cara a cara con humor. Nuestras festividades del 1 y 2 de noviembre causan fascinación alrededor del mundo y el Día de Muertos es considerado por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad desde el 2008.

Además, nos hemos apropiado de algunos eventos que realmente fueron inicialmente importados, como el desfile que se lleva a cabo en el primer cuadro de la Ciudad de México, a partir de la filmación de la película Spectre, de la saga 007.

Lo paradójico está en que muy pocos saben que el mexicano evita el tema de la muerte el resto del año. Es más, hablar de muerte se considera de mala fortuna o, al menos, de muy mal gusto. Resulta un tanto complicado comprender porqué celebramos a nuestros muertos con tanta algarabía, escribimos calaveritas con tanto desparpajo y tenemos tantos nombres para nombrarla—la flaca, la huesuda, patas de catre, Catrina, la dientona— y, al mismo tiempo, nos apuramos a esconder las calaveras tan lejos como nos es posible en cuanto terminan las festividades.

¿Por qué nos cuesta hablar de la muerte

Tratando de comprender esta dicotomía aventuro algunas hipótesis: en primer lugar, es más sencillo acercarnos a lo que nos asusta si lo pensamos como un juego que empieza y termina en unas cuantas horas. En segundo lugar, está el pensamiento mágico que nos dice lo que no veo, no existe. 

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De hecho, uno de los motivos por los cuales pocos tienen sus papeles en orden es porque se cree que nadie se va de este mundo mientras tenga pendientes por resolver y porque resulta de mal agüero eso de andar subscribiendo un testamento o voluntad anticipada (más vale no andarle buscando, dirían algunos).

Una tercera explicación es que sin duda hemos ido incorporando tradiciones de nuestro vecino del norte que poco a poco han modificado nuestras celebraciones. Es muy común ahora ver niños pidiendo su calaverita vestidos de Drácula y llevando consigo una calabaza.  

Además, Disney nos regaló la hermosa película Coco que, aunque conserva algunas similitudes con nuestras festividades, está inevitablemente contaminada por la parafernalia estilo Hollywood, y los mensajes políticos imbuidos en la trama, como la migración.

Y finalmente, me parece que una cuarta explicación está en que en México, como en la mayor parte del mundo, la expectativa de vida ha aumentado exponencialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX y estamos siendo testigos todos los días de los grandes avances en ciencia y tecnología que aparecen de manera muy llamativa en los medios de comunicación, haciendo creer a muchos que estamos cerca de lograr la amortalidad o al menos la posibilidad de llegar a la cuarta edad, llamada así a partir de los 85 años de edad y por supuesto, en buen estado de salud y totalmente funcionales e independientes (lo que algunos llaman envejecimiento exitoso).

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Hace algunos años escuché al Dr. Juan Ramón de la Fuente decir que si bien es cierto hoy vivimos más que nunca antes en la historia, no debemos olvidar que lo que se ha prolongado son los años de vejez, no de juventud. Cuánta razón tiene.

Pensar que se puede llegar a los 100 años conservando la energía y la vitalidad de la juventud es fantasía. No sé si eso llegue a ser una realidad para futuras generaciones, pero lo que sí nos toca hoy es pensar la muerte como una realidad que, tarde o temprano, tocará a nuestra puerta.

Si bien la muerte nunca será nuestra amiga, aunque juguemos con ella de vez en vez, podemos hablar con nuestros seres queridos sobre lo que nos gustaría y no para el final y mantener nuestros asuntos en regla para vivir ligeros y caminar sin sentir una piedrita en el zapato recordándonos todos aquellos pendientes que vamos dejando debajo del tapete; no los vemos pero sabemos que ahí están…