Partamos de una base contundente, somos seres vivos, animales evolucionados que estamos genética y evolutivamente programados para sobrevivir y superar los peligros como sea.
En una situación de peligro, nuestro cuerpo entra en el modo óptimo de funcionamiento, estamos más sensibles a los ruidos y se nos abren de forma desmesurada las pupilas para poder captar y abarcar la mayoría del campo visual y no perder detalle de ningún estímulo del evento.
De hecho, todos nuestros órganos de los sentidos se vuelven muy agudos, porque cada estímulo es relevante, no sólo los ojos y los oídos, el olfato, la sensibilidad, el tacto y la conciencia de las situaciones nos aportan y nos informan.
¿Cómo percibimos e interiorizamos la violencia?
Este cúmulo de datos se pasa de los ya nombrados órganos de los sentidos, por las vías neurológicas a las cortezas primarias del cerebro donde se registran y se hacen conscientes, pero se conectan con unas super carreteras muy anchas que llevan a unas cortezas que se conocen como zonas de asociación, donde se combinan las diferentes modalidades sensoriales, se potencia la información al tener todos los datos maximizados y mezclados y activan un punto importante: la memoria.
(Foto: Canva)
Ya lo mencionamos, nuestro cerebro tiene una función en máxima prioridad que es seguir adelante. Y en esa tarea la memoria juega un punto más que central, aprendemos, se graba de forma profunda e indeleble lo que me pone en riesgo, lo que me hace daño, lo recuerdo a las primeras de cambio, e incluso reacciono ante detalles asociados a esos eventos de peligro.
Simple y llanamente, está preparado para encender las alertas y salir ilesos. Por lo tanto, la memoria de los momentos negativos nos hace protegernos. Ejemplos hemos podido ver muchos en los últimos años y algunos claros en la última semana.
Los individuos claramente condicionados al oír disparos, ver policías o criminales con armas largas o escuchar gritos, donde la respuesta es tirarse al piso, mantenerse cubiertos, atender las indicaciones de los que parecen a cargo, y si la situación lo permite, tomar video con el celular para documentar su vivencia e incluso reportar por redes sociales e informar al mundo para que estén prevenidos.
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A los que no estuvimos ahí, las imágenes y las noticias nos sirven para recibir información racional de vida o muerte, reconocer el tamaño de un atentado y aprender sin que sea en carne propia como debe uno de comportarse en momentos similares.
Somos entes susceptibles de aprender conductas que nos aumentan las posibilidades de sobrevivencia. Nos llenamos de pensamientos repetitivos, nos colocamos en simulaciones fantasiosas de que haríamos en esos cuadros, imaginamos la desgracia propia o en las personas que queremos: escenarios que tienen la función de entrenarnos virtualmente en esas desgracias.
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Pensar en negativo y en catástrofes no siempre es malo
El seguimiento de los días consecuentes ya lo hemos vivido todos, terminamos por ordenar y acomodar la información que sería relevante para nosotros.
Acomodamos el pesimismo en un cajón, lo que no es ceguera, es deseo de seguir adelante.
Tenemos el deseo y la pulsión de vivir, de disfrutar y de pasarlo lo mejor posible, incluso saliendo de las condiciones más adversas. Así, así es la condición neurológica y conductual del ser humano.