El cáncer es probablemente una de las enfermedades más antiguas de la humanidad. Con respecto al cáncer cérvico-uterino, se cuenta con algunos registros de la época de Hipócrates y Soranus sobre casos de tumores en el cérvix, que datan de los siglos IV y II AC. Durante mucho tiempo se le conoció como “la enfermedad de la mujer”, la cual cobraba la vida de muchas de ellas. Las pacientes morían con dolor y también con el estigma que la misma enfermedad provocaba y lastimosamente, sigue provocando.
Hacia finales del siglo XIX, con el advenimiento de la patología y el estudio celular a través del microscopio fue posible hacer diagnósticos basados en el estudio de los tejidos celulares. Los tratamientos que siguieron al diagnóstico de probables cánceres cérvico-uterinos fueron muy variados e incluían las cirugías radicales y poco exitosas.
A principios del siglo XX, se agregó la radioterapia a las opciones terapéuticas con lo que disminuyó la mortalidad, pero no así los efectos secundarios. La comunidad científica se concentró entonces en buscar métodos para la detección temprana dado que en aquellos casos en que se habían encontrado tumores “in situ”, se había evitado la mortalidad y las complicaciones de los tratamientos radicales.
Fue hasta los años sesenta del siglo pasado cuando después de años de estudio y ensayos clínicos se popularizó el uso de la prueba de Papanicolau, en honor de su creador, el doctor Papanicolau. En los países donde el tamizaje se institucionalizó y generalizó, los índices de mortalidad por cáncer cérvico-uterino se redujeron en un 50-75%.
Cáncer cérvico-uterino y su relación con el VPH
Hoy sabemos, además, que alrededor del 95% de todos los casos de cáncer cérvico-uterino diagnosticados año con año alrededor del mundo se deben a infecciones crónicas por el virus del papiloma humano (VPH), en especial los tipos 16 y 18, considerados de alto riesgo. El 8 de junio del 2006, la FDA aprobó en Estados Unidos el uso de la primera vacuna.
Hoy se cuenta en el mundo con 6 distintas vacunas que protegen contra la infección de los tipos más riesgosos del virus y se recomienda su aplicación en niñas y, cuando es posible, también en niños, puesto que otros tipos de cáncer también están relacionados con el VPH.
A pesar de lo mucho que pueden sorprendernos estos grandes avances científicos y tecnológicos, la celebración no puede ser total puesto que la incidencia y mortalidad por cáncer cérvico-uterino sigue siendo elevada en países de ingresos bajos y medios, donde nos encontramos. Esto evidencia las grandes desigualdades y el impacto que los determinantes sociales tienen sobre la salud de quienes viven en pobreza y sin acceso a los servicios de salud de calidad.
El tamizaje y la vacunación deben estar disponibles para toda persona que los requiera. Lo que no hagamos hoy por nuestras niñas y niños no tendrá camino de vuelta. Su sufrimiento innecesario será un recordatorio perenne de aquello que dejamos de hacer, sea por apatía, desconocimiento o por no hablar fuerte y claro para exigir lo que por derecho corresponde.
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