La obesidad y en general la mala nutrición en todas sus formas, es la principal causa de muerte a nivel global y afecta la calidad de vida de millones de personas. Se le ha definido como una enfermedad compleja, multicausal y recidivante de acuerdo a la Clasificación Mundial de las Enfermedades versión 11.
Además, constituye un factor de riesgo para más de 14 enfermedades crónicas no transmisibles como las cardiovasculares, diabetes, cáncer, enfermedades hepáticas, renales, articulares y de salud mental entre otras y está asociada a 2,8 millones de muertes anuales.
A nivel mundial, las cifras de mortalidad prematura por enfermedades crónicas no transmisibles son alarmantes. La obesidad se ha duplicado en un periodo en el que el objetivo era detener su crecimiento y pone más de nueve objetivos del desarrollo sostenible en riesgo (como reducción de enfermedades crónicas, reducción de pobreza, reducción de inequidades, etc). De no actuar de manera inmediata y efectiva ante la epidemia global de obesidad, difícilmente se cumplirá con estos objetivos, repercutiendo en la humanidad y el planeta.
Hasta ahora, ningún país ha documentado una reducción en el porcentaje de personas que viven con esta condición y el mayor aumento en los próximos años se observará en países en vías de desarrollo. El gasto global para la atención de la obesidad y enfermedades crónicas, está alcanzando $990 mil millones de dólares anuales, lo que representa más del 13% de todo el gasto en atención y se estima que en el 2035 esto represente el 3% del producto interno bruto global.
Al mismo tiempo, factores determinantes de la obesidad y las enfermedades crónicas no transmisibles, están ocasionando importantes daños a la salud planetaria (salud de la civilización humana y el estado de los sistemas naturales de los que depende). Entre estos destaca la producción masiva de productos comestibles con ingredientes que resultan nocivos para la salud, un uso importante de plásticos de un solo uso (particularmente en el caso de las bebidas, cuyas botellas de plástico se acumulan en el mar y tomará siglos poderlas procesar) y cambios importantes en el sistema alimentario como consecuencia de esfuerzos masivos de la agroindustria por maximizar la producción de insumos para alimentos ultraprocesados.
Entre estos destaca el uso de organismos genéticamente modificados que requieren de herbicidas como el glifosato que genera importantes daños a la salud, alimentación y salud planetaria. Como resultado, tanto la salud de nuestro planeta como la humana y la de otras formas de vida, se está viendo afectada.
Por ello se ha conceptualizado al cambio climático como una pandemia que, junto con las de desnutrición y obesidad, representa una triple sindemia mundial, es decir la suma de tres pandemias que comparten determinantes y soluciones. Uno de los principales determinantes de esta sindemia global de mala nutrición y cambio climático ha sido la transformación de los sistemas alimentarios, que incluyen todos los elementos, procesos y actividades que llevan al consumo de alimentos, los sistemas de transporte, sistemas urbanos y el uso del suelo.
Estos sistemas están promoviendo tanto el calentamiento global, como la obesidad y la mala nutrición por deficiencias de nutrientes y energía, y aunque estas dos últimas pandemias son la principal causa de enfermedades crónicas no transmisibles y de mortalidad, no pasará mucho tiempo para que se vean exacerbadas por los efectos del cambio climático.
Desafortunadamente, las repercusiones de esta sindemia se verán reflejadas con mayor gravedad en las poblaciones con menor nivel de desarrollo que además son quienes menos contribuyen a las emisiones de gases de efecto invernadero que ocasionan el calentamiento global. La industria multinacional de productos comestibles ultraprocesados se ha opuesto sistemáticamente a las recomendaciones de grupos de expertos ya que por lo general estas implican una posible amenaza a sus modelos de generación de riqueza.
La dificultad para regular a esta industria y transformar el sistema alimentario es una de las principales barreras para lograr una mejor prevención y control de la obesidad en el mundo. El entorno alimentario, donde compramos u obtenemos nuestros alimentos, se ha denominado “obesogénico”, ya que nos incita, mediante estrategias agresivas de promoción dirigida principalmente a niños, a consumir productos son nocivos para la salud.
De manera simultánea, el cambio climático afecta las prácticas de agricultura y la producción de alimentos, resultando en vulnerabilidad que puede ocasionar inseguridad alimentaria. ¿Dónde estamos? Nuestro país no es la excepción cuando hablamos del reto de lograr sistemas alimentarios sostenibles, es decir, que no contribuyan a la triple sindemia mundial.
México ha experimentado cambios radicales en el sistema, teniendo implicaciones negativas en el consumo y la salud. Los sistemas alimentarios se han industrializado, concentrando los recursos y la toma de decisiones en las manos de la industria de alimentos. Como consecuencia, se ha priorizado la producción, promoción y venta de alimentos con un mayor nivel de procesamiento y menor calidad nutrimental. Esto ha generado un entorno alimentario promotor del consumo de productos ultraprocesados mediante el incremento de la accesibilidad a los mismos.
Además de la transformación del entorno alimentario, se requiere un diseño urbano de infraestructura y entornos que favorezcan el transporte activo y la actividad física. Hoy, México ocupa el 5º lugar con mayor prevalencia de obesidad en el mundo, en donde 36.7% de adultos viven con obesidad y 37.4% de las niñas y niños de 5 a 11 años en México vive con sobrepeso y obesidad. Como resultado, en la ENSANUT 2021, se reportó que el 28.2% de la población adulta tiene diagnóstico hipertensión arterial, el 15.8% diabetes, y el 32.8% y 51.4% de la población mexicana tiene un nivel elevado de colesterol y triglicéridos en sangre respectivamente.
En esta misma encuesta, se encontró que un porcentaje importante de las personas con estas condiciones no contaba con un diagnóstico previo. Adicionalmente, en el 2021, se reportó que el 49% de las muertes por enfermedades cardiovasculares, el 56% de las muertes por diabetes y el 35% de muertes por tumores malignos fueron atribuidas a la obesidad.
No obstante, uno de los aciertos a nivel nacional ha sido el monitoreo del estado nutricional a través de encuestas nacionales por el Instituto Nacional de Salud Pública desde 1999. Estas encuestas permitieron identificar desde el año 2000 a la obesidad como una epidemia creciente. Los esfuerzos para su prevención y control comenzaron a gestarse desde el 2007 y a partir del año 2010, se elaboraron recomendaciones de hidratación saludable (excluyendo por completo los refrescos), se elaboraron también el Acuerdo Nacional para la Salud Alimentaria, los lineamientos para alimentación escolar y diversos esfuerzos de comunicación.
En el año 2014 se logró establecer un impuesto a la comida chatarra y las bebidas azucaradas, cuya efectividad para reducir el consumo de estos productos quedó demostrada en evaluaciones los siguientes dos años y en el año 2020 se implementó un etiquetado de advertencia a los alimentos empaquetados y se prohibieron los personajes como estrategia de promoción productos malsanos dirigidos a niños. Si bien la pandemia de covid-19 hizo que se redujera la actividad física debido al confinamiento, también concientizó a gran parte de la población sobre la importancia de alimentarse de forma más saludable y sobre cómo la comida chatarra contribuye a una respuesta deficiente del sistema inmune.
Recientemente se ha publicado un nuevo reglamento de publicidad para comida chatarra más estricto y se aprobó una modificación de ley que eliminará las grasas trans, un ingrediente nocivo para la salud, pero frecuentemente contenido en los productos comestibles empacados. Adicionalmente, una iniciativa para mejorar la salud escolar está teniendo resultados muy favorables dentro de la discusión de esta en el poder legislativo.
Por otro lado, el sector salud ha aprendido que la comunicación sobre mensajes de salud debe de cambiar. La población requiere información que comunique los riesgos que conlleva una alimentación basada en productos altos en azúcar, grasa y sal en lugar de alimentos naturales. Por ello actualmente se comienza a ver la difusión de información sobre riesgos en campañas gubernamentales y de instituciones de salud.
¿Hacia dónde nos dirigimos?
Una de las intervenciones prioritarias en México es la transformación del sistema y del entorno alimentario. Debemos de crear un sistema alimentario más circular y saludable. Para lograr un cambio sostenible a largo plazo en el sistema, es clave buscar la colaboración con comunidades rurales e indígenas. Del mismo modo, debemos planificar cada modificación en el sistema con el objetivo de lograr una distribución justa de recursos, un acceso equitativo a alimentos saludables, locales y de temporada, disminuir la explotación de recursos naturales y disminuir el desperdicio de alimentos a lo largo de la cadena de producción de los mismos.
En cuanto al entorno alimentario, debemos incentivar al incremento en la disponibilidad de alimentos naturales y saludables en los establecimientos de compra de alimentos, sobre todo regulando los establecimientos encontrados dentro de las escuelas. Los cambios en el entorno alimentario deben de ir acompañados de intervenciones educativas a nivel poblacional.
Desde el desarrollo de campañas publicitarias sobre la prevención y control de la obesidad y el cuidado del medio ambiente, hasta intervenciones comunitarias y planes de educación sobre alimentación y nutrición dentro de las escuelas. Para lograr obtener resultados, las intervenciones educativas en todos los sectores de la población deben de utilizar una comunicación empática y mensajes desarrollados por la comunidad a través de investigación participativa, cruce de saberes y diálogos continuos.
Recientemente, con la coordinación del Instituto Nacional de Salud Pública y la Secretaría de Salud, se desarrollaron nuevas guías alimentarias saludables y sostenibles que podrán ser adoptadas a los entornos locales y utilizadas para orientar la alimentación de la población. Entre sus principales recomendaciones se encuentran las siguientes:
- La lactancia materna exclusiva durante los primeros 6 meses de vida
- El consumo de verduras, frutas frescas, leguminosas y cereales de grano entero
- Reducción del consumo de carnes rojas y embutidos
- Consumo de alimentos naturales en lugar de ultra-procesados
- Uso del etiquetado de advertencia para elegir alimentos más saludables
Otra gran oportunidad de acción es implementar un marco regulatorio basado en el Código de comercialización de sucedáneos de la leche materna, que impida a las compañías que los comercializan continuar implementando publicidad agresiva. Otras iniciativas que tienen gran potencial de contribuir a una mejor prevención y control de la obesidad y de la mala nutrición por deficiencias, son los programas de desayunos escolares del DIF y el paquete de acciones para prevención y control de la obesidad del programa de guarderías del IMSS.
Conclusión: responsabilidad compartida para controlar la sindemia. La obesidad, además de ser una pandemia, es un problema de la sociedad en su conjunto. Se suele culpabilizar a quienes la padecen, como si fuera una responsabilidad individual, sin reconocer que las fallas en el diseño de nuestro entorno son una de las principales fuerzas que favorecen esta condición y que podemos hacer mucho para modificar este ambiente y hacerle más fácil a las personas llevar una vida saludable a través de políticas de salud.
En este sentido es importante promover un trato adecuado, mejor informado y libre de estigma hacia personas con obesidad en el sistema de atención y dentro de todos los ámbitos de nuestra sociedad. Además de las intervenciones enfocadas en el entorno alimentario y la educación en alimentación y salud, se requiere de cambios en la infraestructura para facilitar y promover el transporte activo, con la finalidad de incrementar el nivel de actividad física en México y disminuir la contaminación del aire proveniente de los medios de transporte motorizados.
Finalmente, debemos considerar que a pesar de las barreras que existen para generar cambios, tenemos razones para sentirnos optimistas. Como país, contamos con un número de políticas de salud ejemplares a nivel internacional que han probado ser efectivas. Todos los esfuerzos anteriores pueden estar contribuyendo a la estabilización de la prevalencia de sobrepeso y obesidad en México. El análisis de tendencias sugiere que posiblemente nos encontramos finalmente logrando reducciones de la prevalencia de enfermedades crónicas.
El sobrepeso y obesidad parecen estar disminuyendo en niños y adolescentes en las últimas dos encuestas y se ve una estabilización a partir del 2016 hasta la fecha en todos los grupos de edad, que resulta menor que la tendencia predicha por datos anteriores. También ha mejorado el diagnóstico oportuno de diabetes, hipertensión y el aumento esperado para estas condiciones es menor que el observado en las últimas encuestas. En conclusión, la triple sindemia de obesidad, mala nutrición por deficiencias y calentamiento global debe de ser abordada con seriedad y de manera inmediata. Priorizar intervenciones para modificar el entorno alimentario y el ambiente construido es fundamental para lograr mayor impacto.