El TDAH no es un problema nuevo, ha tenido un interesante devenir histórico que data de hace mucho tiempo, aunque no se le conocía con el nombre que actualmente le reconocemos.
Es Alexander Crichton (1763-1856) quien en 1798 describió por primera vez un caso que parece ser una presentación del TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) con síntomas de inatención en su libro “An inquiri into the nature and origin of mental derangement”.
En él se describió un grupo de pacientes no internados y sin algún tipo de retraso, pero con agitación e inquietudes mentales derivadas de una falta de atención sostenida y la manera en que esta situación entorpecía su instrucción escolar.
Posteriormente, el doctor Crichton sugirió que esos niños debían recibir una educación especial, dando por sentado que había un problema tratable que afectaba la instrucción escolar.
La historia del TDAH
Años después, en 1845 Heinrich Hoffman (1809-1894), médico general alemán que trabajaba en el manicomio de Sachsenhausen al sur de Frankfurt, publicó un libro de poemas para niños llamado Pedro Melenas, obra de antihéroes infantiles, en el que destaca la historia de “Felipe, el niño del mantel”, en la cual describe a un niño hipercinético.
George Frederick Still (1868-1941) en 1902 dio la definición que se considera como fundadora del TDAH. Es uno de los padres de la pediatría británica. Él describió 43 niños que en su consulta ambulatoria tenían graves problemas con la atención sostenida y un defecto mayor de la moral de su conducta o la falta de control de ésta.
Cabe destacar que este defecto de la moral no era atribuible al ambiente, no había merma general del intelecto y sí una incapacidad para la memoria sostenida. Observó también que había una reducción a la sensibilidad con respecto a los castigos y se le atribuía el origen a un defecto adquirido por una enfermedad aguda.
Siguiendo la línea de que la enfermedad aguda puede ser causante del TDAH, Constantin Von Economo, en 1917, describió a la encefalitis letárgica, una inflamación del cerebro que provoca que la persona se quede pasmada o lenta al procesar sus pensamientos.
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¿Daño cerebral?
En todos los casos anteriores se presumía la existencia de una lesión o al menos una disfunción cerebral en las personas que padecían este mal. Este modelo fue fructífero para el descubrimiento de los sistemas cerebrales relacionados con el trastorno y con la consolidación de la neuropsicología.
Kahn y Cohen en 1934, definieron el trastorno como “síndrome orgánico cerebral”; sin embargo, el término no funcionó porque no se tiene claro exactamente lo que lo causa, aunque la investigación de los tratamientos encuentra con Bradley en 1937, eficacia de la benzedrina como tratamiento farmacológico para el TDAH.
Posteriormente, Strauss y Lehtinen formularon en 1947, el “Síndrome del niño con daño cerebral”. Este síndrome es asociado con niños con retraso mental, también fue aplicado a niños con conductas análogas pero que no presentaban el retraso intelectual.
En la década de 1950 el síndrome fue renombrado como: “Daño cerebral mínimo”. Esto hizo a un lado la precipitación de diagnosticarlo como una enfermedad del cerebro y dio lugar a otro tipo de investigación, menos cimbrada en los apriorismos y más en la observación empírica.
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Se reconoce a la hiperactividad
De 1960 a 1970 se produjo un cambio de pensamiento y los investigadores se aventuraron a pensar que este tipo de problema se debía a la existencia de una afectación localizada provocada por una sobreestimulación del cerebro. Se seguía sospechando en una base neurobiológica pero la terminología se centraría en una pura descripción de la conducta del paciente.
La doctora Stella Chess (1960) participó en la formulación del “síndrome hiperactivo” prescindiendo de los apriorismos, donde:
- Se incluyen los problemas de atención y destructibilidad junto con la hipercinesia
- El trastorno no estaba causado por un daño cerebral
- El trastorno parecía ser evolutivo y con pronósticos benignos
Debido a la influencia del psicoanálisis en Norteamérica, se creía que, si bien el TDAH tenía una base neurológica, también se debía a una reacción al ambiente, por lo que en el Manual Estadístico de Enfermedades Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-II) se habló de: “Reacción Hipercinética de la Infancia”.
En la década de 1970, la doctora Virginia Douglas (neuropsicóloga canadiense) señaló que el meollo del problema es la atención y no la hiperactividad, dando importancia a la triada sintomática: Atención sostenida; Control de impulsos; Hiperactividad.
Así, el trastorno compromete déficits fundamentales:
- Falta de orientación, organización, atención y esfuerzo
- Incapacidad para inhibir la conducta
- Incapacidad de modular la conducta impulsiva
- Inclinación a buscar recompensas inmediatas
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El síndrome se denomina por primera vez como actualmente lo conocemos: Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
Lo que la biología está enseñando, desde los trabajos del doctor Xavier Castellanos en 2002, es que es posible apreciar cambios en el cerebro de los pacientes con TDAH, aunque estos cambios sean fundamentalmente funcionales.
Además, que el TDAH surge de la convergencia entre la genética y el ambiente, es decir, es necesaria una base genética que predisponga este trastorno y que el ambiente module la expresión de los síntomas (Quintero et al., 2013).
Esta convergencia, no solo debe ser visualizada como la dinámica inicial que se genera entre sujeto-ambiente, sino también como la que participa toda vez que es detectado, diagnosticado y atendido, puesto que el círculo de profesionales que lo atiende debe saber sobre el trastorno para coadyuvar a su atención creando una sinergia positiva y no una que lo impacte negativamente.
Hay que tener presente que el TDAH ha estado sometido al cuestionamiento de varios de sus aspectos durante mucho tiempo, llegando inclusive a poner en duda su existencia, lo cual es difícilmente sostenible ante las evidencias científicas que hoy disponemos y las cuales se han alcanzado a través de los años de rigurosa investigación al respecto.