Los profesionales de la salud se enfrentan con el dolor, la enfermedad y la muerte de manera inevitable. De acuerdo con el lugar en donde presten sus servicios, se ven obligados a lidiar con las peores miserias humanas, como la pobreza, la desigualdad y el sufrimiento. Con cada paciente inician un ciclo de cuidado, donde se establece un vínculo seguido de una fase activa e, idealmente, de un cierre. Para que el vínculo sea efectivo y gratificante tanto para los profesionales como para los pacientes y sus familias, tiene que partir del deseo genuino de responder éticamente, aportando su saber para alcanzar el mejor beneficio posible, de acuerdo a las circunstancias particulares en cada caso.
Este ciclo de cuidado, en sí mismo, puede resultar en un gran desgaste físico, emocional, social y espiritual cuando no es posible cerrarlo adecuadamente o cuando las restricciones en recursos físicos y materiales lo hacen inviable. Durante los peores momentos de la pandemia fuimos testigos de imágenes desgarradoras de familiares llenos de miedo e incertidumbre, sin poder acompañar a sus seres queridos y, por otro lado, a profesionales en la primera línea dando lo mejor de sí mismos, a costa incluso de su propia integridad física. Lo hicieron aislados de sus propias redes de apoyo, intentando dimensionar lo que estaba sucediendo, buscando alternativas para ser un puente de comunicación entre familia y paciente, y tratando de contrarrestar la evidente insuficiencia en recursos humanos y materiales.
Mucho se habla del burnout como un problema que se suscita entre quienes se dedican a alguna profesión de ayuda, pero muy poco se sabe sobre el llamado trauma vicario o estrés traumático secundario. Ambos cuadros pueden coexistir y comparten algunos factores de riesgo, al igual que ciertos síntomas.
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En el caso del burnout, su aparición suele gestarse en el tiempo y no es exclusivo de las profesiones de ayuda. De hecho, la Organización Mundial de la Salud lo ha incluido en la clasificación internacional de enfermedades como un síndrome ocupacional. No importa cuál sea la labor que se realice, el trabajador puede desarrollar el síndrome de burnout. Entre los factores de riesgo, se encuentran:
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Sobrecarga laboral
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Falta de control
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Falta de reconocimiento
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Comunidad débil o inexistente
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Injusticia
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Conflicto de valores
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Falta de coherencia entre la persona y su trabajo
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Falta de sentido o propósito
Por otra parte, el trauma vicario o estrés traumático secundario resulta de la exposición constante a historias traumáticas. Puede aparecer de un momento a otro, interferir y confrontarse con la propia cosmovisión que se tenga y sus efectos pueden ser profundos y duraderos. Entre sus síntomas se encuentran:
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Miedo, temor
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Problemas de sueño
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Ansiedad, hipervigilancia
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Pensamientos intrusivos
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Para prevenir ambos cuadros, es importante tener presente ciertas señales de alerta como:
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Cansancio inusual
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Frustración
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Estrés
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Desesperanza
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Cinismo
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Irritabilidad
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Sentirse sobreidentificado
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«Llevarse a casa» los problemas de los pacientes
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Ansiedad
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Evitar situaciones que recuerdan experiencias traumáticas de los pacientes
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Incapacidad para disfrutar
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Trastornos en la alimentación o sueño
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Adicciones
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Descuido en la apariencia personal
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Cuestionar las propias creencias
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Ideaciones suicidas
En el ámbito personal, es fundamental reconocer cuando algunos de estos síntomas se presentan, aumentan o impiden disfrutar lo que antes se hacía con gusto o motivaba a la acción. Establecer un programa de autocuidado puede prevenir tanto el burnout como el trauma vicario. Buenos hábitos de alimentación y sueño; ejercicio regular o técnicas mente/cuerpo como la meditación o el yoga y fortalecer las redes de apoyo familiares y sociales pueden ayudar a los profesionales de la salud a mantener un balance adecuado. Saber dónde buscar apoyo en caso necesario es también una herramienta a tener en cuenta, recordando que pedir ayuda no significa debilidad sino, por el contrario, es quererse a uno mismo y tener la fuerza suficiente para reconocer cuando una situación nos rebasa.
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Las instituciones de salud tienen también un rol preponderante en la prevención, detección e intervención oportuna, tanto del burnout como del trauma vicario. Es necesario revisar e implementar nuevas políticas públicas dirigidas expresamente a cuidar del capital social, respetar horarios de descanso, reconocer los esfuerzos y resultados individuales y grupales y proporcionar la información actualizada sobre estos temas, así como garantizar el acceso oportuno a los apoyos psicológicos o médicos, cuando sea necesario.