Estamos hechos de historias, nos contamos, relatando reiteradamente quiénes somos y quienes NO somos.
Siento una apasionada inclinación por escuchar historias de vida. Imaginar los modos y tiempos del acontecer de cada persona. Me es fácil imaginar otras versiones de los acontecimientos, acentos, matices, personajes, ritmos, lugares, desenlaces…. Siempre existen otros relatos posibles. Otros modos de contar lo contado. Para ello se requiere cierta inconformidad con la forma como alguien se cuenta las cosas.
Mi inconformidad me asiste en mi trabajo. Me ayuda a ver distintas aristas de un conflicto, pensar otros lenguajes para narrar un suceso, escuchar lo que no se dice, el afecto del que no se habla o el gesto que se contiene. Nuevos relatos producen nuevas vivencias.
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Disfruto ser analista y trabajar con la subjetividad. Es un trabajo creativo, imaginativo, intuitivo y al mismo tiempo altamente reflexivo y analítico. Se requieren ambos hemisferios. Es un trabajo de exploración, de aperturas, de búsqueda de significados. Muy distinto a categorizar, definir de una vez y para siempre, cerrar.
Es comprender el texto que cada uno va escribiendo y también es un trabajo de reescritura. Más que decirle a alguien quién es, como dice Suely Rolnik, es ver en quien está a punto de convertirse, e interceder en ese proceso.
La identidad son narrativas en movimiento. Lo que cada uno defiende a capa y espada, sea que le ayude o estorbe, por lo general ambas. Los tipos de demonios reales que enfrenta y sobre todo los imaginados.
Se voltea al pasado para nutrir ese relato, relatos de amor, dolor, rencor, temor y sus modos de encararlos.
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Se atesoran recetas heredadas de generación en generación sobre el buen o mal vivir, sobre lo bueno de estar juntos o lo bueno de evitarlo. Sobre el encierro y la captura y sobre la libertad y el movimiento.
Se ejerce el lenguaje como invitación o como rechazo, para hablar o silenciar, para acercarse o para marcar distancia, para sostener gestos de amor o de violencia. Heredamos historias de otros y a otros.
La mente es una máquina de producción de significados. Ahí se juega algo que nos hace humanos, la creación de sentido.
Nunca se explora una mente individual. El plural es de rigor ya que las personas siempre nos sostenemos subjetivamente en otros. Importamos y exportamos contenidos mentales constantemente. Nuestros relatos se entrecruzan.
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La época actual tiene algo de fascinante en el sentido de cuestionar las categorías rígidas en los modos de definir a hombres, mujeres, parejas, sexualidades. Da condiciones para armar identidades más ricas y complejas. Eso nos hace menos predecibles, predeterminados y con una gran variabilidad. Sin embargo, nos acerca más a la diversidad humana que como toda forma de vida existe en un sin fin de modos y posibilidades.
Lo que llamamos identidad es en parte mismidad, pautas constantes, reconocibles, similares a otros, marcadas por el contexto (identificaciones epocales), por la familia en la que se nace (identificaciones tempranas) y por otros vínculos, territorialidades y acontecimientos importantes y sus modos únicos de procesamiento, que marcan un cuerpo, un género, modos de relación y de ver el mundo de un modo singular, un DNA subjetivo.
En otra parte, la identidad es también otredad, constantemente se alimenta de diferencias que la “desestabilizan” para conformarla de modos distintos. Gracias a eso nos volvemos otros ante los cambios de la vida, ante las terminaciones o separaciones, ante las pérdidas y ante lo impredecible, como una pandemia.
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Lo soportamos, lo enfrentamos y aprendemos de ello gracias a nuestras pautas estables, constantes, gracias a esa mismidad que se ha forjado a lo largo de los años y a los vínculos que la sostienen; y también salimos adelante de los embates de la vida gracias a esa otredad que nos permite reconfigurarnos, resignificar la realidad y devenir otros asimilando la novedad.
Se tiende a pensar que se acude a análisis o psicoterapia porque se está mal, enfermo o porque se ha fracasado en salir adelante solo. Nada devaluado hay en quien trabaja en sí mismo.
El trabajo analítico requiere fortaleza y capacidad para conocerse y transformarse, es una aventura de recuperación y entendimiento del propio deseo, que lleva al sujeto a sentir curiosidad por su mundo interno, a interrogarse, a pensar sus relaciones, a crear nuevas historias donde predomine el amor sobre la agresión, la construcción sobre la destrucción. Mientras predomine la vida sobre la muerte, florecerán las historias por contar y reinventar.