Antes de empezar a trabajar con mis pacientes en zoom me pongo perfume. Es curioso, pero me gusta oler bien aunque sean sesiones a distancia.
Muchos de nuestros hábitos buscan tener un sentimiento de continuidad. Mantener ese hilo conductor que llamamos Identidad, que la pandemia ha cortado de todas las formas posibles, convirtiéndose en un acontecimiento traumático para ese ya de por sí frágil sentido de mismidad. El territorio donde nos reconocemos, nos movemos con cierta libertad, donde está lo dado, lo conocido, lo logrado, lo relativamente seguro o confiable se ha convertido en un campo minado lleno de amenazas y peligros.
No existen personas que se salven solas
Los otros son vigilados y juzgados por cada una de sus prácticas. Se vuelven ajenos, extraños y en algunos casos se guarda una distancia nada sana. Es una época de fragilidad, de vulnerabilidad que amerita pensar nuevas formas de convivencia y encuentro. Definir un grupo amplio de amigos y familiares con quien se pueda hablar de todo largamente. Nos demos cuenta o no, nos guste o no, aún siendo independientes necesitamos la mirada, la escucha, el acompañamiento, el contacto, la palabra de los demás. Si estamos en una situación precaria, vulnerable, de riesgo o amenaza, lo requerimos aún más. Nuestra identidad se sujeta en la pertenencia.
No existen personas que se salven solas, no funcionan las estrategias que pasan por la desconfianza del otro, o funcionan por poco tiempo. No es buena idea aflojar los lazos, aumentar las distancias, cerrar los sentidos, desapegarse de los afectos, acallar las palabras. El autocuidado y el cuidado del otro son interdependientes. Ante la identidad interrumpida, ante la agonía de la propia subsistencia, ante el vocablo enfermedad, muerte, … respirar, activar los sentidos, mirar, oler, sentir, acariciar, saborear, moverse, escuchar, hablar.
Ante el temor, es mejor armar situaciones relacionalesHabitar el cuerpo, nos recuerda quiénes somos, quién nos rodea, qué sentimos, qué necesitamos decir. Ante el temor, la angustia y la incertidumbre, es mejor armar situaciones relacionales, evitar aislarse, inmovilizarse, encerrarse, callarse. Cubrir la boca pero no callar la lengua. El lenguaje salva las distancias, procesa las penas, atempera los enojos, transmite alegrías. El lenguaje acaricia, besa, toca, alegra, conmueve, tranquiliza, acompaña, inventa.
La otredad también eres tú
El otro ayuda a saber de ti. Dice Marcelo Percia, hay un saber en las palabras. Las palabras tienen vida. Demorarse en el propio decir, demorarse en la recepción del decir del otro. Recibir y ser recibido en las palabras. “Entrar en diálogo... No solo para captar en el griterío que somos, las mismas voces dominantes, sino para hacer -también- recepción de las voces débiles, las acalladas, las que no han tenido tiempo de decirse. Las voces por inventar. Tiempo de pandemia, tiempo de invención.