SUEÑO

Dormir bien: la medicina silenciosa para un cerebro sano

Dr. Peña: Cuidar el sueño no es un lujo ni una debilidad; es una estrategia de salud cerebral a largo plazo

Mientras dormimos, el cerebro regula funciones esenciales: consolida la memoria, optimiza el funcionamiento cognitivo y modula las emociones, entre otras.
Sueño reparador.Mientras dormimos, el cerebro regula funciones esenciales: consolida la memoria, optimiza el funcionamiento cognitivo y modula las emociones, entre otras.Créditos: Canva
Escrito en LÍDERES DE LA SALUD el

Dormimos, en promedio, cerca de un tercio de nuestra vida. Si consideramos una expectativa de vida de 75 a 80 años, pasamos más de 25 años dormidos. Lejos de ser tiempo perdido, ese periodo es uno de los procesos biológicos más activos y determinantes para la salud del cerebro y del cuerpo. Sin embargo, en una cultura que glorifica la productividad constante, el descanso suele ser lo primero que sacrificamos.

El sueño no es simplemente “desconectarnos”. Mientras dormimos, el cerebro regula funciones esenciales: consolida la memoria, optimiza el funcionamiento cognitivo, modula las emociones, ajusta la temperatura corporal y coordina complejos sistemas neuroendócrinos y metabólicos. Durante el descanso profundo, por ejemplo, se activan mecanismos de limpieza cerebral —como el sistema linfático— que ayudan a eliminar sustancias de desecho relacionadas con el deterioro cognitivo y las demencias.

La falta de sueño o un descanso de mala calidad tiene consecuencias claras: dificultad para concentrarse, irritabilidad, alteraciones de la memoria, mayor riesgo de ansiedad y depresión, resistencia a la insulina, aumento de peso y desregulación hormonal. Dormir mal no solo nos hace sentir cansados; enferma al cerebro de forma progresiva.

Un punto clave es entender que no todo se trata del número de horas. Aunque en adultos se recomiendan entre 7 y 9 horas por noche, lo verdaderamente determinante es la calidad del descanso. Dormir ocho horas con múltiples despertares, sueño superficial o mala arquitectura del sueño no tiene el mismo efecto reparador que un sueño continuo y profundo, aunque sea ligeramente más corto.

Hoy tenemos una ventaja que antes no existía: la tecnología. Los anillos inteligentes, relojes y teléfonos nos permiten monitorear de forma indirecta parámetros como el tiempo total de sueño, las fases (ligero, profundo y REM), la frecuencia cardíaca nocturna o los despertares. Aunque no sustituyen a un estudio de sueño clínico, sí nos ofrecen una radiografía cotidiana de nuestros hábitos de descanso y nos ayudan a identificar patrones: ¿dormimos peor cuando cenamos tarde?, ¿el alcohol fragmenta nuestro sueño?, ¿el estrés se refleja en noches inquietas?

La invitación es clara: atrevámonos a revisar cómo dormimos, no solo cuánto dormimos. Cuidar el sueño no es un lujo ni una debilidad; es una estrategia de salud cerebral a largo plazo. Un cerebro que descansa bien piensa mejor, regula mejor sus emociones y envejece de forma más saludable. Dormir bien es, quizá, una de las intervenciones más poderosas —y subestimadas— para cuidar nuestra mente.