DÍA MUNDIAL DE LA SALUD MENTAL

"Compartimos vulnerabilidad, defendamos nuestra salud mental"

Que este Día Mundial de la Salud Mental 2025 sea un punto de inflexión para que cada persona pueda encontrar una mano amiga, un diagnóstico temprano y una atención digna: Dr. Edilberto Peña

A nivel global, la Organización Mundial de la Salud estima que una de cada ocho personas vive con un trastorno mental (como depresión o ansiedad). 
Salud Mental.A nivel global, la Organización Mundial de la Salud estima que una de cada ocho personas vive con un trastorno mental (como depresión o ansiedad). Créditos: Canva.
Escrito en OPINIÓN el

Cada 10 de octubre, el mundo se viste con un objetivo común: visibilizar que la salud mental forma parte integral del bienestar humano, y que las enfermedades del ánimo, trastornos cognitivos y afecciones psiquiátricas son, en efecto, algo que nos concierne a todos. En 2025, la conmemoración de ese día llega con un lema que invita a la reflexión más profunda: “Compartimos vulnerabilidad, defendamos nuestra salud mental”. 

En este editorial deseo compartir con ustedes una mirada reflexiva —desde mi experiencia clínica— sobre por qué asumir nuestra vulnerabilidad es un acto de conciencia esencial, cómo puede ayudar a desestigmatizar las enfermedades mentales, y de qué manera esa aceptación puede ser palanca para la detección temprana y la atención oportuna.

Cuando hablamos de vulnerabilidad, muchas veces evocamos una imagen de debilidad, de fragilidad que debe ocultarse. En el ámbito de la salud mental, ese estigma —la idea de que “el otro es el vulnerable, no yo”— ha sido enorme barrera para que muchas personas reconozcan sus propios trastornos, busquen ayuda o compartan su historia.

Pero la verdad es que la vulnerabilidad es universal, inevitable, parte intrínseca de la condición humana: basta con ser humano para estar expuesto al sufrimiento, al estrés, al duelo, a traumas, a pérdidas, a cambios, a crisis sanitarias, políticas, sociales o ambientales. En ese sentido, reconocer que somos vulnerables no nos rebaja; nos humaniza.

El lema “Compartimos vulnerabilidad, defendamos nuestra salud mental hace hincapié en esta comunión silenciosa: que detrás de cada persona hay, potencialmente, una posibilidad de enfrentar crisis emocionales o trastornos mentales, y que no estamos exentos. Al asumirlo, se rompe el tabú de “yo no puedo, yo soy único que falla”, se construye un lenguaje de solidaridad colectiva, y se crea espacio para la empatía, el cuidado y la acción conjunta.

Este año, diversas entidades e iniciativas en España ya han adoptado el lema con fuerza. Por ejemplo, la Marcha del Día Mundial de la Salud Mental en Madrid se ha convocado partiendo del lema “Compartimos vulnerabilidad, defendamos nuestra salud mental. En otras localidades se promueven actividades de sensibilización, charlas y campañas públicas para hacer visible lo invisible.

Reconocer la vulnerabilidad no implica caer en una visión derrotista. Al contrario: es abrir camino hacia la prevención, la solidaridad y la acción política. Porque si aceptamos que la vulnerabilidad nos atraviesa, también reconocemos que nadie debe, ni puede, hacerlo solo.

Para que esa aceptación de nuestra vulnerabilidad no quede en mera retórica, conviene apoyarla en datos que nos muestran la magnitud del desafío de la salud mental en nuestro mundo contemporáneo:

A nivel global, la Organización Mundial de la Salud estima que una de cada ocho personas vive con un trastorno mental (como depresión o ansiedad). 

Las crisis, conflictos armados, desastres naturales y emergencias humanitarias multiplican la carga de padecimientos psicológicos: la OMS advierte que muchas personas desplazadas, refugiadas o expuestas a catástrofes enfrentan tasas elevadas de depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático (TEPT) u otros trastornos. 

En España, el movimiento asociativo de salud mental adoptó el lema “Compartimos vulnerabilidad, defendamos nuestra salud mental precisamente para destacar cómo “las emergencias —desde desastres meteorológicos hasta conflictos bélicos— afectan profundamente nuestro bienestar psicológico”. 

Además, según cifras de organizaciones civiles, en muchas comunidades el número de personas que solicitan ayuda psicológica o psiquiátrica ha crecido en los últimos años, pero los recursos disponibles (centros, profesionales, presupuesto) no han crecido al mismo ritmo.

Estos números no son meros datos epidemiológicos para especialistas: deben leerse como señales de una realidad social que nos interpela. Si tantas personas viven con sufrimiento psicológico, si los eventos traumáticos y las crisis recientes (pandemias, desplazamientos, crisis climática) amplían los factores de riesgo, entonces asumir vulnerabilidad colectiva también es reconocer que estamos ante un problema social de escala.

Aceptar que somos vulnerables no es fácil. Requiere un trabajo interior, una cultura de cuidado y espacios donde el sufrimiento mental no sea marginado. A continuación, propongo algunas vías.

  • Cultivar la conciencia emocional: permitirse notar cuándo el ánimo decae, cuándo aparece una tristeza persistente, irritabilidad, alteraciones del sueño, pérdida de interés o ganas de aislarse.
  • Conversar con uno mismo sin juzgarse: en lugar de pensar “esto es señal de debilidad”, decir “esto puede ser una alerta que me está indicando algo que debo atender”.
  • No esperar a que todo sea grave: muchos trastornos se instalan de forma progresiva. Atender las señales tempranas —fatiga inusual, bajón motivacional, alteraciones emocionales— puede reducir el daño y la cronicidad.
  • Abrir espacios de conversación en el entorno familiar, escolar, laboral o comunitario sobre salud mental, para que el sufrimiento no quede oculto.
  • Apoyar testimonios de personas que han vivido trastornos mentales y se han recuperado, para mostrar que no es signo de culpa ni estigma.
  • Crear redes de apoyo mutuo —vecinales, comunitarias— donde el cuidado emocional sea parte del tejido social.
  • Incluir en los sistemas educativos programas de educación emocional, alfabetización en salud mental y estrategias de resiliencia y afrontamiento.
  • Capacitar a profesionales sanitarios de primer nivel (médicos generales, enfermería, personal de salud pública) para detectar señales tempranas de trastornos mentales.
  • Difundir en los medios de comunicación y redes sociales mensajes que reconozcan la vulnerabilidad como parte del ser humano, y no como defecto.
  • Que los gobiernos y sistemas de salud reconozcan la salud mental como prioridad en sus planes y presupuestos.
  • Promover la accesibilidad universal a servicios de atención psicológica y psiquiátrica, con equidad territorial y económica.
  • Crear modelos integrales de atención que incluyan prevención, rehabilitación, acompañamiento comunitario y apoyo psicosocial.

Cuando adoptamos estas vías, la vulnerabilidad pasa de ser motivo de vergüenza a ser puente hacia la participación, la inclusión y el fortalecimiento del bienestar colectivo.

Una de las consecuencias más virtuosas de asumir la vulnerabilidad como algo compartido es favorecer la visibilización y la detección precoz de los trastornos mentales. Permítanme explicar cómo se da esa conexión.

Cuando reconocemos que todos, aunque en distinta medida, estamos expuestos al riesgo emocional, hablamos más abiertamente de la depresión, la ansiedad, el estrés postraumático. Esa visibilidad tiene efectos poderosos:

  1. Quienes padecen síntomas sienten menos presión de ocultarlos y menos temor al juicio.
  2. El estigma social se debilita conforme el discurso colectivo cambia: “No es extraño, no es escandaloso, es parte del recorrido humano”.
  3. Las instituciones, presionadas por un entorno que reclama atención y recursos, se vuelven más sensibles a prestar servicios.

Si la salud mental estuviera siempre en los medios, en la voz de los líderes, en la conversación cotidiana, muchos casos que hoy arrancan en oscuridad podrían detectarse mucho antes.

El desafío, entonces, es transformar visibilidad en acción práctica: que los síntomas no sigan ocultos hasta el punto de agravarse. Para ello, estas estrategias son fundamentales:

  • Protocolos de tamizaje: incorporar cuestionarios breves en consultas de atención primaria para síntomas de depresión, ansiedad, riesgo suicida, consumo problemático de sustancias, etc.
  • Educación a médicos generales, pediatras y profesionales no psiquiátricos para que identifiquen señales tempranas y refieran con rapidez.
  • Centros de salud mental comunitarios accesibles, con horarios flexibles, reducida barrera administrativa y uso de tecnologías (telepsiquiatría, telepsicología) para llegar a poblaciones remotas o con movilidad limitada.
  • Programas escolares de vigilancia emocional, donde docentes puedan detectar desde los primeros cursos signos de trastorno emocional en niños y adolescentes.

Un diagnóstico temprano muchas veces puede marcar la diferencia entre un episodio agudo que se desvanece y una condición que evoluciona hacia la cronicidad. En muchas enfermedades mentales (depresión mayor, trastorno bipolar, esquizofrenia), el tiempo de atraso hasta el tratamiento es un predictor de peor pronóstico. Por tanto, la detección temprana es un acto ético de justicia sanitaria.

Visibilidad y diagnóstico, por sí solos, no bastan si no vienen acompañados por atención oportuna, adecuada y continua. Desde mi experiencia clínica quiero enfatizar los elementos que considero esenciales:

  • Que los servicios no sean un privilegio de las grandes ciudades ni de quienes tienen recursos, sino un derecho efectivo.
  • Que haya cobertura financiera que no deje fuera a quienes no tienen condiciones económicas.
  • Que los servicios operen en horarios y formatos compatibles con las realidades laborales y familiares de las personas.

El tratamiento de un trastorno mental no debe consistir en una consulta aislada. Debe incluir:

  • Diagnóstico médico-psiquiátrico riguroso.
  • Psicoterapia individual, de pareja o grupal.
  • Apoyo psicosocial: reintegración laboral, capacitación, acompañamiento en vivienda, redes de soporte comunitario.
  • Rehabilitación cognitiva o funcional cuando el trastorno lo amerite.
  • Seguimiento prolongado y flexibilidad para modificaciones terapéuticas.

Cada persona es única: biografía, entorno social, comorbilidades físicas, recursos, redes personales. La atención debe:

  • Respetar la dignidad del individuo, su autonomía y participación activa en su tratamiento.
  • Incluir la perspectiva de familiares y cuidadores, dado que su rol muchas veces es parte esencial del proceso de recuperación.
  • Incorporar la coordinación entre niveles: atención primaria, especializada, comunitaria, social.
  • Usar herramientas tecnológicas: plataformas digitales, apps de seguimiento, teleconsulta, recordatorios.
  • Adaptarse a crisis o emergencias: que los servicios de salud mental no colapsen ante desastres, pandemias o conflictos.
  • Fomentar la colaboración intersectorial: salud, educación, trabajo, vivienda, justicia, seguridad social.

Si no asumimos nuestra vulnerabilidad compartida, corremos el riesgo de perpetuar errores y agravios:

  • Muchas personas seguirán sufriendo en silencio, sin diagnóstico, sin atención.
  • Las crisis sociales o ambientales pueden desencadenar oleadas de malestar psicológico invisibilizado.
  • El estigma se perpetúa: “no es para mí”, “no me puede pasar”, “no debo mostrar debilidad”.
  • El sistema de salud seguirá subdimensionado en salud mental, sin presupuesto ni planificación adecuada.

Cuando la vulnerabilidad colectiva no es reconocida, se convierte en marginación colectiva. En contraste, hacerla visible es un acto de justicia, solidaridad y prevención.

Como neuropsiquiatra, a lo largo de años he visto rostros, historias y trayectorias que ilustran lo que relato. He sido testigo de pacientes que llegaron tarde, con cuadros avanzados que podrían haberse atenuado si hubieran sido reconocidos antes; de familias desbordadas por el miedo y la culpa; de comunidades que aún excluyen lo psíquico como algo marginal.

Hoy, les dirijo tres llamados concretos:

  1. A ti que lees esto: observa tu mundo interior con ternura, acepta que puedes estar sometido a presión emocional, duelo, tristeza. Si algo te duele por dentro, no lo ignores. Reconócelo, compártelo, busca intervención.
  2. A quienes nos rodean (familiares, colegas, amigos): procuremos un lenguaje de acompañamiento, no de juicio; abramos espacios para hablar de salud mental con naturalidad. Que “¿cómo estás?” no sea solo fórmula social, sino apertura real.
  3. A los decisores, gestores y profesionales de salud pública: invierto en servicios de salud mental con justicia territorial; fortalezcamos la atención primaria; promovamos políticas que integren la salud mental como prioridad absoluta; asignemos recursos que estén a la altura de la magnitud del problema.

Porque si “compartimos vulnerabilidad”, también compartimos responsabilidad: tanto individual como colectiva. Defender nuestra salud mental es tarea de todos.

El lema de 2025 —“Compartimos vulnerabilidad, defendamos nuestra salud mental— no es solo un slogan estético, sino una invitación profunda: a reconocer que la psique humana está expuesta, que la amenaza emocional puede tocar a cualquiera, y que el camino hacia la prevención, la visibilidad, la detección y el cuidado comienza en ese reconocimiento.

Aceptarnos vulnerables no es rendirse, sino empoderarnos con conciencia: para abrazar el sufrimiento sin avergonzarnos, para tender la mano al otro sin miedo, para exigir sistemas y comunidades que nos sostengan. En esa mirada conjunta —humana, frágil y firme al mismo tiempo— tenemos una oportunidad de transformar la cultura de la salud mental: de invisibilizada y temida, a asumida, acompañada y defendida como un derecho.

Lejos de debilitar, reconocer la vulnerabilidad nos fortalece en comunidad. Que este Día Mundial de la Salud Mental 2025 nos sirva como punto de inflexión: para que cada persona pueda encontrar, cuando lo necesite, una mano amiga, un diagnóstico temprano y una atención digna. Porque la salud mental es parte esencial de nuestra humanidad compartida.