Con la llegada de diciembre, una presión silenciosa invade los hogares: la de decorar para la Navidad. Mientras las redes sociales se llenan de imágenes de árboles brillantes y casas iluminadas, hay quienes sienten una profunda reticencia a adornar su casa y a poner el arbolito navideño, a continuación, te decimos a qué se debe.
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Esta negativa, a menudo estigmatizada como actitud de "Grinch" o falta de espíritu navideño, puede tener raíces mucho más profundas y legítimas que el simple desinterés.
Los significados de NO querer poner el abolito de Navidad, según la psicología
Lejos de ser un capricho, la resistencia a participar en rituales festivos es un fenómeno que la psicología analiza desde múltiples ángulos:
- Una señal de duelo, cansancio vital o estrés emocional
El período navideño, con su énfasis en la alegría, la familia y la reunión, puede actuar como un espejo que amplifica lo que falta o duele. Para alguien que atraviesa un duelo (por la pérdida de un ser querido, una relación o incluso una etapa de la vida), el árbol puede ser un recordatorio físico y doloroso de que las cosas ya no son como antes. La energía y motivación necesarias para armarlo simplemente no están. Asimismo, el agotamiento por un año de alto estrés laboral o emocional puede manifestarse como una incapacidad para sumarse a tareas percibidas como "adicionales".
- Una búsqueda de autenticidad y rechazo a la obligación social
Armar el árbol por deber, porque "siempre se ha hecho" o porque "qué dirán los vecinos si no hay luces", vacía de sentido la tradición. Muchas personas sienten una profunda disonancia entre ese acto forzado y su verdadero deseo. Negarse a hacerlo puede ser un acto de salud psicológica: una afirmación de la autonomía personal frente a un mandato social. Es la decisión consciente de elegir cómo vivir, incluso en contra de la corriente.
- Un distanciamiento del consumismo y una postura ideológica
Para algunos, el árbol de Navidad se ha convertido en el símbolo máximo de una festividad hipercomercializada, centrada en los regalos y el gasto económico. Rechazarlo puede ser una declaración de principios contra el consumismo desmedido y una búsqueda por recuperar un significado más espiritual, simple o comunitario de las fiestas. Esta persona no está en contra de la conexión o la generosidad, sino del ritual materialista que, a su juicio, ha secuestrado la esencia original. Es una protesta silenciosa que busca coherencia entre sus valores (ecológicos, de minimalismo o anticonsumo) y sus acciones.
- Un reflejo de dinámicas familiares complejas o conflictivas
El árbol suele ser un ritual familiar. Cuando las relaciones con la familia son conflictivas, están cargadas de obligación o son directamente tóxicas, participar en su decoración puede sentirse como validar una falsa armonía. La persona puede negarse como un mecanismo de autoprotección para no revivir dinámicas dolorosas o para marcar un límite saludable. También puede ser una señal en parejas donde uno asume toda la carga logística y emocional de las fiestas, y decide "hacer huelga" para visibilizar una desigualdad. Es un síntoma de un malestar relacional más amplio.
- La simple preferencia por celebrar de otra forma (y está bien)
Por último, y no menos válido, está la simple cuestión del gusto y las prioridades. No a todos les divierte la decoración. Algunas personas prefieren invertir su tiempo, dinero y energía en otras formas de conectar: una cena íntima, un viaje, ser voluntario o simplemente disfrutar del descanso.
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